Translate

martes, 28 de abril de 2015

Cuerpo enamorado - Jorge Eduardo Eielson

Cuerpo enamorado


Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora

De "Noche oscura del cuerpo" Roma, 1955

lunes, 27 de abril de 2015

ELEGÍA - Javier Heraud - Poema - Yo no me río de la muerte

ELEGÍA


Tú quisiste descansar
En tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
En el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
Es soledad entre los hombres
Y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
En tu pecho sólo eran muestras
De dolor entre tu llanto. Pobre
Amigo. No sabías nada ni llorabas nada.


Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reir de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.

Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.

Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.

sábado, 25 de abril de 2015

Poema Tres misterios gozosos - Luis Cernuda


El cantar de los pájaros, al alba,
cuando el tiempo es más tibio,
alegres de vivir, ya se desliza
entre el sueño, y de gozo
contagia a quien despierta al nuevo día.

Alegre sonriendo a su juguete
pobre y roto, en la puerta
de la casa juega solo el niñito
consigo, y en dichosa
ignorancia, goza de hallarse vivo.

El poeta, sobre el papel soñando
su poema inconcluso,
hermoso le parece, goza y piensa
con razón y locura
que nada importa: existe su poema.

viernes, 24 de abril de 2015

Poema Salmo - Enrique Verastegui

Salmo


Yo vi caminar por las calles de Lima a hombres y mujeres
carcomidos por la neurosis,
hombres y mujeres de cemento pegados al cemento aletargados
confundidos y riéndose de todo.
Yo vi sufrir a estas pobres gentes con el ruido de los claxons
sapos girasoles sarna asma avisos de neón
noticias de muerte por millares una visión en la Colmena
y cuántos, al momento, imaginaron el suicidio como una ventana
a los senos de la vida
y sin embargo continúan aferrándose entre
marejadas de Válium
y floreciendo en los maceteros de la desesperación.
Esto lo escribo para ti animal de mirada estrechísima.
Son años-tiempo de la generación psicótica,
hemos conocido todas las visiones de Kafka y Gregory Samsa
pasea con Omar recitando silbando fumando mariguana
junto al estanque en el parque de la Exposición – carne
alienada por la máquina y el poder de unos soles
que no alcanzan para leer Alcools de Apollinaire(1).
Recién ahora comprendo mañana reventare como esos gatos
aplastados contra la yerba
y las cosas que ahora digo porque las digo ahora
en tiempos de Nixon – malísimos para la poesía
- corrupción de los que fueron elegidos como padres – gerentes
controlando el precio de los libros
de la carne y toda una escala de valores que utilizo
para limpiarme el culo.
Yo vi hombres y mujeres vistiendo ropas e ideas vacías
y la tristeza visitándolos en los manicomios.
Y vi también a muchos gritando por más fuego desde los auto-
buses(2)
y entre tanto afuera
el mundo aún continúa siendo lavado por las lluvias,
por palabras como estás que son una fruta para la sed.


_______________________________________________________________

(1) Unos soles de más o de menos
son unos soles de más o de menos en las arcas del espanto.
(2) pero nadie tuvo una luz para aliviar la pesadilla
para aliviar el horror.

miércoles, 22 de abril de 2015

Selección de poemas de Marco Martos - Casa de Pensión, El Perú y otros

MARCO MARTOS Y SUS POEMAS


MARCO MARTOS

     Nació en Piura, en 1942. Poeta, crítico literario y catedrático principal de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1967, ganó el primer Premio en los Juegos Florales de la Universidad  de San Marcos.  En 1969, ganó el Premio Nacional de Poesía con su libro de poesía“Cuaderno de quejas  y contentamientos” y en 1984, fue Jurado de la Casa de las Américas. En 2000, fue Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. OBRA POÉTICA: “Casa nuestra”, 1965;  “Cuaderno de quejas y contentamientos”, 1969; “Donde no se ama”, 1974; “Carpe diem”, 1979; “Muestra de arte rupestre”, 1990;  “Cabellera de Berenice”, 1991;  “Leve reino”, 1996; “El mar de las tinieblas”,1999;“Sílabas de la música”, 2002; “El monje de Praga”, 2003; “”Jaque perpetúo”, 2003; “Dondoneo”, 2004; “Aunque es de noche”, 2006.

CABELLERA DE BERENICE

Todo el tiempo me parece un sueño
que camina, sale de sus mares naturales
y  entra en la vida causando asombro.
En tu sonrisa percibo el encanto  que ejerces
y  el desencanto tuyo, por ahí,
en una veta profunda;
Tú, tan concreta, tan evanescente,
(esas contradicciones)
es en el dolor donde mejor
te muestras. Te he visto sufrir,
Berence, ¡y de qué manera!,
pero has estado serena en esa oscuridad,
y  es que tienes luz propia
y para  ti no hay negro pozo.
He aquí mi utopía y mi trabajo:
llegar a tu centro.
Tengo el convencimiento de ser
quien más te conoce, pero ésta
es mi sabiduría verdadera:
permanezco en los umbrales
donde me encegueces, mas conservo
los otros sentidos muy atentos
a lo que acontece con tu figura,
gusto,  tacto,  oído, aguzados;
¡cómo hueles, Berenice,
tu olor jamás lo equivoco!,
ni tu voz suavísima,
ni la piel que te contiene
y  es tu límite.
Este es mi gusto:
permanecer a tu lado,
definirme como un hombre
de tu bandería,
por eso llevo tu aura,
te tomo de la mano,
me anudo contigo,
viajo en tu cabellera
por los espacios siderales.

CASA DE PENSIÓN

Al final de la frente
ya me están llegando
las cosas que diariamente hago:
subir las escaleras,
pisar el suelo mármol,
convivir con siete perros
y  con otros diminutos animales,
y  ver la cara
ver la cara y los gestos horripilantes
de marías cretinas
que ortigas debían llamarse.


DEL AFECTO

Mi afecto
no necesita probanza
porque lo sientes día a día
y  sabes que alrededor de ti
he organizado
toda mi vida.


EL PERÚ

No es este tu país
porque conozcas sus linderos,
ni  por el idioma común,
ni por los nombres de los muertos.
Es este tu  país,
porque si tuvieras que hacerlo,
lo elegirías de nuevo
para construir aquí
todos tus sueños

martes, 21 de abril de 2015

Arbolé, arbolé -Federico García Lorca


Arbolé, arbolé
seco y verdé.

La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé
seco y verdé.


Federico García Lorca

domingo, 19 de abril de 2015

PALMAS Y GUITARRA - César Vallejo

PALMAS Y GUITARRA


Ahora, entre nosotros, aquí,
ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven contigo, hazme el favor
de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche teneblosa
en que traes a tu alma de la mano
y huímos en puntillas de nosotros.

Ven a mí, sí, y a ti, sí,
con paso par, a vemos a los dos con paso impar,
marcar el paso de la despedida.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta la vuelta!
¡Hasta cuando leamos, ignorantes!
¡Hasta cuando volvamos, despidámonos!

¿Qué me importan los fusiles,
escúchame;
escúchame, ¿qué impórtenme,
si la bala circula ya en el rango de mi firma?
¿Qué te importan a ti las balas,
si el fusil está humeando ya en tu olor?
Hoy mismo pesaremos
en los brazos de un ciego nuestra estrella
y, una vez que me cantes, lloraremos.
Hoy mismo, hermosa, con tu paso par
y tu confianza a que llegó mi alarma,
saldremos de nosotros, dos a dos.
¡Hasta cuando seamos ciegos!
¡Hasta
que lloremos de tánto volver!

Ahora,
entre nosotros, trae
por la mano a tu dulce personaje
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven contigo, hazme el favor
de cantar algo
y de tocar en tu alma, haciendo palmas.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!
¡Hasta cuando partamos, despidámonos!

sábado, 18 de abril de 2015

Cadena de luz - Juan Gonzalo Rose

CADENA DE LUZ   

No debiera hablarte de estas cosas.
Debería decirte:
La mañana es bella.
La tarde es bella.
La noche es bella.  
Y al escucharme,
tú sonreirías;
y al verte sonreír,
mi propio corazón sonreiría.   
 Y al vernos sonreír,
acaso hasta la vida también sonreiría...


viernes, 17 de abril de 2015

Anotaciones en el diario de Rimbaud - Oscar Hahn

Anotaciones en el diario de Rimbaud

I. África, 1880 - 1891

He llegado hasta aquí navegando por el Mar Rojo
después de darle muerte al indeseable

Tenía 20 años y era una de las vírgenes locas

Adén es el cráter de un volcán apagado
sin una brizna de pasto sin una gota de agua

No hay nada que ver o tocar excepto lava y ceniza

Monté en mi caballo y atravesé las arenas de Somalia
Ahora me encuentro en Harar la ciudad prohibida

Le llevé rifles y municiones al rey de Soa
pero no me pagó lo convenido el muy cabrón

Me han brotado várices en la pierna
Me duelen mucho y no me dejan dormir

Mientras me afeitaba frente al espejo
vi que el indeseable estaba detrás de mí
con el pelo teñido y las cejas depiladas

Me di vuelta de golpe pero no había nadie

En el desierto los espejismos se burlan de nosotros
Yo me burlo de los espejismos

Me dicen que la pierna se ha gangrenado
que tengo mucha fiebre que debo salir de aquí

Los nativos hicieron una litera de lona
y me cargaron los 300 kilómetros
que separan las montañas de Harar y el puerto de Zeila


II. Hospital de Marsella 1891

Vuelvo a mi país después de 16 años de ausencia
Parezco un esqueleto y la gente se asusta de mí

Las mujeres cuidan a los feroces inválidos
que retornan de lugares tórridos

Hoy me amputaron la pierna derecha

La vida es un horror interminable
No sé para qué nos empeñamos en seguir viviendo

El Esposo Infernal se me apareció en un sueño
Tenía un rosario entre los dedos

Tres horas más tarde Dios fue negado
y sus 98 heridas empezaron a sangrar

He tratado de caminar con muletas
pero no he podido avanzar ni un centímetro

Yo que atravesé montañas y desiertos
ríos y mares ciudades y reinos
y a quien llamaban el suelas de viento

Los curas no quieren darme la comunión
Temen que me atragante con la carne de Cristo

Desde mi cama vi la silueta del indeseable

Venía caminando con la pierna que me cortaron
y traía un barco de papel en la mano

Tú estás muerto le dije furioso
Y él dijo: "Yo estoy vivo el muerto eres tú

Pondrás el barco de papel en ese charco de agua
y llegarás a donde nunca has llegado"

jueves, 16 de abril de 2015

El mar. La mar - Rafael Alberti de Marinero en Tierra


El mar. La mar.
El mar. ¡Solo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste
del mar?

En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

Los compadritos muertos - Jorge Luis Borges (a su puta y su cuchillo)

Los compadritos muertos

Siguen apuntalando la recova
Del Paseo de Julio, sombras vanas
En eterno altercado con hermanas
Sombras o con el hambre, esa otra loba.
Cuando el último sol es amarillo
En la frontera de los arrabales,
Vuelven a su crepúsculo, fatales
Y muertos, a su puta y su cuchillo.
Perduran en apócrifas historias,
En un modo de andar, en el rasguido
De una cuerda, en un rostro, en un silbido,
En pobres cosas y en oscuras glorias.
En el intimo patio de la parra
Cuando un tango embravece la guitarra.


miércoles, 15 de abril de 2015

The Masque of Queen Bersabe - Algernon Charles Swinburne-God making roses made my face" (Dios, haciendo rosas, hizo mi cara).


CHRYSOTHEMIS

I am the queen of Samothrace.
God, making roses, made my face
As a rose filled up full with red.
My prows made sharp the straitened seas
From Pontus to that Chersonese
Whereon the ebbed Asian stream is shed.



My hair was as sweet scent that drips;
Love's breath begun about my lips
Kindled the lips of people dead.




Traducción


Yo soy la reina de Somotracia.
Dios haciendo rosas hizo mi cara
Como una rosa llena llena de rojo.
Mis proas hicieron fuerte los mares estrechos
De Pontus a ese Chersonese
Sobre la cual se elimina la corriente asiática menguada.



martes, 14 de abril de 2015

ÁNGELUS SILESIUS -El viajero querubínico (Borges)


Pasaje de "El viajero querubínico" citado por Jorge Luís Borges y Adolfo Bioy-Casares en su antología "Historia de la eternidad":

El viaje no es tan largo, cristiano;
a menos de un paso está el Paraíso.

Aunque un réprobo alcanzara el cielo más alto,
el dolor del Infierno seguiría atormentándolo.

No me dolería el Infierno, aunque yo siempre estuviera ahí;
si el fuego del Infierno te quema, tuya es la culpa.

Con un solo beso, la novia se hace más merecedora del Paraíso,
que todos los mercenarios que trabajan hasta la muerte.

Hombre, deja de ser hombre si quieres llegar al Paraíso;
Dios sólo recibe a otros dioses.

Hombre, si no contienes e l Paraíso,
nunca entrarás en él.

Ya basta amigo. Si quieres seguir leyendo,
transfórmate tú mismo en el libro y en la doctrina.

ÁNGELUS SILESIUS
 (1624-1677).
Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy-Casares, Historia de la Eternidad,  Buenos Aires,

domingo, 12 de abril de 2015

Salmo 5 - Ernesto Cardenal

SALMO 5
Escucha mis palabras oh Señor
                                                      Oye mis gemidos
Escucha mi protesta
Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores
ni partidario de su política
ni te influencia la propaganda
ni estás en sociedad con el gángster.

No existe sinceridad en sus discursos
ni en sus declaraciones de prensa

Hablan de paz en sus discursos
mientras aumentan su producción de guerra

Hablan de paz en las Conferencias de Paz
y en secreto se preparan para la guerra

                                        Sus radios mentirosos rugen toda la noche

Sus escritorios están llenos de planes criminales
                                                      y expedientes siniestros
Pero tú me salvarás de sus planes

Hablan con la boca de las ametralladoras
sus lenguas relucientes
                                         son las bayonetas...
Castígalos oh Dios
                               malogra su política
confunde sus memorándums
                                                 impide sus programas

A la hora de la Sirena de Alarma
tú estarás conmigo
tú serás mi refugio el día de la Bomba

Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales
ni en sus campañas publicitarias, ni en sus campañas políticas
                                   tú lo bendices
lo rodeas con tu amor
                              como con tanques blindados.

Oda a los Andes - Leopoldo Lugones (yo, que soy montañés, sé lo que vale la amistad de la piedra para el alma).

Oda a Los Andes
Leopoldo Lugones


Moles perpetuas en que a sangre y fuego
Nuestra gente labró su mejor página:
Sois la pared fundamental que encumbra,
Como alta viga, la honra de la raza.

Cuéntela el pico matinal en donde
Sacude el viento sus glaciales sábanas.
Y el vuelo de sus cóndores filiales
Déle expansiones de palabra alada,
Dilatando con párrafos enormes,
Hasta el sol una sombra de montaña.

Vuestra grandeza azul es una oda,
Cuando, en la majestad de la distancia,
Dijérase que el cielo cristaliza
En el zafiro de las cumbres claras.

Graves y un poco torvas como ellas
Serían ciertamente aquellas almas
De los héroes que un día las domaron
A posesivo paso de batalla.
Color de acero fino como ellas,
Por gemela blancura coronadas,
En esa inmediación de idea y cielo
Que emblanquece las cumbres y las almas.

El azur y el armiño de los reyes
Echan su pompa sobre vuestra espalda.
Con grandes brazos de peñasco y leña
Manejáis los raudales de las aguas,
Como un puñado de sonoras bridas
Que en bocado espumoso el mar baraja.

Extiende a vuestros pies manta de pámpanos
La honestidad robusta de la parra
Que a la cuerda Mendoza civiliza,
Y como tosca vena en que resalta
A flor de piel la calidad interna,
Líquido fuego de volcanes sangra,
En el vino genial que el alma ilustra
Con su llama ligera y aromática.

Vuestro pecho arraigado de laureles,
En venas de metal su temple exalta.
Y bajo la corona que os ofertan
A través de los climas, cedros y hayas,
Si un sobrio paño de ciprés os viste,
Os abanican voluptuosas palmas.

Vuestros hielos magníficos anuncian
El colosal palacio de las aguas,
Que triste espera el arenal distante
Donde el hombre ha arraigado su esperanza.
Anticipando así los galardones
Del futuro verdor, cree y trabaja;
Hasta que cuando del penoso hueco
La onda por fin en las tinieblas mana,
El fresco pozo con su ruido alegre
Expresa vuestro elogio en lo que canta,
Cual campanario inverso en que repican
Su dulce carillón las notas claras,
Y donde eleva el ascendido cubo
Que representa la central campana,
Con el sol de la fuente montañesa,
En gemelo cristal vuestra palabra.

La crispación nudosa de un esfuerzo
Parece perpetuarse en vuestra masa,
Ejército inmortal que petrifica
En falange de bárbaras estatuas
Aquellos inmortales cuya efigie
Con tal excelsitud los montes tallan.

Llevadles a los niños que los vean.
Haced que se ennoblezcan de montañas.
Yo, que soy montañés, sé lo que vale
La amistad de la piedra para el alma.
La virtud en los montes se humaniza,
Cual toma buen olor la hierba amarga.
Y la pálida fuerza de los mármoles
Por los cascos de hielo anticipada,
Abre en la libertad de su belleza
Ojos mejores para ver la patria.

sábado, 11 de abril de 2015

Estáis muertos - César Vallejo

LXXV

Estáis muertos.

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados, y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.

Lugar llamado Kindberg - Julio Cortázar


Lugar llamado Kindberg - Julio Cortázar

Llamado Kindberg, a traducir ingenuamente por montaña de los niños o a verlo como la montaña gentil, la amable montaña, así o de otra manera un pueblo al que llegan de noche desde una lluvia que se lava rabiosamente la cara contra el parabrisas, un viejo hotel de galerías profundas donde todo está preparado para el olvido de lo que sigue allí afuera golpeando y arañando, el lugar por fin, poder cambiarse, saber que se está tan bien al abrigo; y la sopa en la gran sopera de plata, el vino blanco, partir el pan y darle el primer pedazo a Lina que lo recibe en la palma de la mano como si fuera un homenaje, y lo es, y entonces le sopla por encima vaya a saber por qué pero tan bonito ver que el flequillo de Lina se alza un poco y tiembla como si el soplido devuelto por la mano y por el pan fuera a levantar el telón de un diminuto teatro, casi como si desde ese momento Marcelo pudiera ver salir a escena los pensamientos de Lina, las imágenes y los recuerdos de Lina que sorbe su sopa sabrosa soplando siempre sonriendo.

Y no, la frente lisa y aniñada no se altera, al principio es sólo la voz que va dejando caer pedazos de persona, componiendo una primera aproximación a Lina chilena, por ejemplo, y un tema canturreado de Archie Shepp, las uñas un poco comidas pero muy pulcras contra una ropa sucia de auto-stop y dormir en granjas o albergues de la juventud. La juventud, se ríe Lina sorbiendo la sopa como una osita, seguro que no te la imaginas: fósiles, fíjate, cadáveres vagando como en esa película de miedo de Romero.

Marcelo está por preguntarle qué Romero, primera noticia del tal Romero, pero mejor dejarla hablar, lo divierte asistir a esa felicidad de comida caliente, como antes su contento en la pieza con chimenea esperando crepitando, la burbuja burguesa protectora de una billetera de viajero sin problemas, la lluvia estrellándose ahí afuera contra la burbuja como esa tarde en la cara blanquísima de Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando esperando ahí en la pieza de gran cama Habsburgo, de espejos hasta el suelo con mesitas y caireles y cortinas y por qué estabas ahí bajo el agua decime un poco, tu mamá te hubiera dado una paliza.

Cadáveres, repite Lina, mejor andar sola, claro que si llueve pero no te creas el abrigo es impermeable de veras, no más que un poco el pelo y las piernas, ya está, una aspirina si acaso. Y entre la panera vacía y la nueva llenita que ya la osezna saquea y qué manteca más rica, ¿y tú qué haces, por qué viajas en ese tremendo auto, y tú por qué, ah y tú argentino? Doble aceptación de que el azar hace bien las cosas, el previsible recuerdo de que si ocho kilómetros antes Marcelo no se hubiera detenido a beber un trago, la osita ahora metida en otro auto o todavía en el bosque, soy corredor de materiales prefabricados, es algo que obliga a viajar mucho pero esta vez ando vagando entre dos obligaciones. Osezna atenta y casi grave, qué es eso de prefabricados, pero desde luego tema aburrido, qué le va a hacer, no puede decirle que es domador de fieras o director de cine o Paul McCartney: la sal. Esa manera brusca de insecto o pájaro aunque osita flequillo bailoteándole, el refrán recurrente de Archie Shepp, tienes los discos, pero cómo, ah bueno. Dándose cuenta, piensa irónico Marcelo, de que lo normal sería que él no tuviera los discos de Archie Shepp y es idiota porque en realidad claro que los tiene y a veces los escucha con Marlene en Bruselas y solamente no sabe vivirlos como Lina que de golpe canturrea un trozo entre dos mordiscos, su sonrisa suma de free-jazz y bocado gulasch y osita húmeda de auto-stop, nunca tuve tanta suerte, fuiste bueno. Bueno y consecuente, entona Marcelo revancha bandoneón, pero la pelota sale de la cancha, es otra generación, es una osita Shepp, ya no tango, che.

Por supuesto queda todavía la cosquilla, casi un calambre agridulce de eso a la llegada a Kindberg, el parking del hotel en el enorme hangar vetusto, la vieja alumbrándoles el camino con una linterna de época, Marcelo valija y portafolios, Lina mochila y chapoteo, la invitación a cenar aceptada antes de Kindberg, así charlamos un poco, la noche y la metralla de la lluvia, mala cosa seguir, mejor paramos en Kindberg y te invito a cenar, oh sí gracias qué rico, así se te seca la ropa, lo mejor es quedarse aquí hasta mañana, que llueva que llueva la vieja está en la cueva, oh sí dijo Lina, y entonces el parking, las galerías resonantes góticas hasta la recepción, qué calentito este hotel, qué suerte una gota de agua la última en el borde del flequillo, la mochila colgando osezna girl-scout con tío bueno, voy a pedir las piezas así te secas un poco antes de cenar. Y la cosquilla, casi un calambre ahí abajo, Lina mirándolo toda flequillo, las piezas qué tontería, pide una sola. Y él no mirándola pero la cosquilla agradesagradable, entonces es un yiro, entonces es una delicia, entonces osita sopa chimenea, entonces una más y qué suerte viejo porque está bien linda. Pero después viéndola sacar de la mochila el otro par de blue-jeans y el pull-over negro, dándole la espalda charlando qué chimenea, huele, fuego perfumado, buscándole aspirinas en el fondo de la valija entre vitaminas y desodorantes y after-shave y hasta dónde pensás llegar, no sé, tengo una carta para unos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescriptible la mochila sobre la mesa franciscojosé dorada y arabescos James Baldwin kleenex botones anteojos negros cajas de cartón Pablo Neruda paquetitos higiénicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, después acabas de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirándolo: Yo no arreglo nunca nada, para qué, la mochila es como yo y este viaje y la política, todo mezclado y qué importa. Mocosa, pensó Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del café, efecto más rápido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales, esos vos tan joven y cómo puede ser que viajes así sola, en mitad de la sopa se había reído: la juventud, fósiles, fíjate, cadáveres vagando como en esa película de Romero. Y el gulasch y poco a poco desde el calor y la osezna de nuevo contenta y el vino, la cosquilla en el estómago cediendo a una especie de alegría, a una paz, que dijera tonterías, que siguiera explicándole su visión de un mundo que a lo mejor había sido también su visión alguna vez aunque ya no estaba para acordarse, que lo mirara desde el teatro de su flequillo, de golpe seria y como preocupada y después bruscamente Shepp, diciendo tan bueno estar así, sentirse seca y dentro de la burbuja y una vez en Avignon cinco horas esperando un stop con un viento que arrancaba las tejas, vi estrellarse un pájaro contra un árbol, cayó como un pañuelo fíjate: la pimienta por favor.

Entonces (se llevaban la fuente vacía) pensás seguir hasta Dinamarca siempre así, ¿pero tenés un poco de plata o qué? Claro que voy a seguir, ¿no comes la lechuga?, pásamela entonces, todavía tengo hambre, una manera de plegar las hojas con el tenedor y masticarlas despacio canturreándoles Shepp con de cuando en cuando una burbujita plateada plop en los labios húmedos, boca bonita recortada terminando justo donde debía, esos dibujos del renacimiento, Florencia en otoño con Marlene, esas bocas que pederastas geniales habían amado tanto, sinuosamente sensuales sutiles etcétera, se te está yendo a la cabeza este Riesling sesenta y cuatro, escuchándola entre mordiscos y canturreos no sé cómo acabé filosofía en Santiago, quisiera leer muchas cosas, es ahora que tengo que empezar a leer. Previsible, pobre osita tan contenta con su lechuga y su plan de tragarse Spinoza en seis meses mezclado con Allen Ginsberg y otra vez Shepp: cuánto lugar común desfilaría hasta el café (no olvidarse de darle la aspirina, si me empieza a estornudar es un problema, mocosa con el pelo mojado la cara toda flequillo pegado la lluvia manoteándola al borde del camino) pero paralelamente entre Shepp y el fin del gulasch todo iba como girando de a poco, cambiando, eran las mismas frases y Spinoza o Copenhague y a la vez diferente, Lina ahí frente a él partiendo el pan bebiendo el vino mirándolo contenta, lejos y cerca al mismo tiempo, cambiando con el giro de la noche, aunque lejos y cerca no era una explicación, otra cosa, algo como una mostración, Lina mostrándole algo que no era ella misma pero entonces qué, decime un poco. Y dos tajadas al hilo de gruyere, por qué no comes, Marcelo, es riquísimo, no comiste nada, tonto, todo un señor como tú, porque tú eres un señor, ¿no?, y ahí fumando mando mando mando sin comer nada, oye, y un poquito más de vino, tú querrías, ¿no?, porque con este queso te imaginas, hay que darle una bajadita de nada, anda, come un poco: más pan, es increíble lo que como de pan, siempre me vaticinaron gordura, lo que oyes, es cierto que ya tengo barriguita, no parece pero sí, te juro, Shepp.

Inútil esperar que hablara de cualquier cosa sensata y por qué esperar (porque tú eres un señor, ¿no?), osezna entre las flores del postre mirando deslumbrada y a la vez con ojos calculadores el carrito de ruedas lleno de tortas compotas merengues, barriguita, sí, le habían vaticinado gordura, sic, ésta con más crema, y por qué no te gusta Copenhague, Marcelo. Pero Marcelo no había dicho que no le gustara Copenhague, solamente un poco absurdo eso de viajar en plena lluvia y semanas y mochila para lo más probablemente descubrir que los hippies ya andaban por California, pero no te das cuenta que no importa, te dije que no los conozco, les llevo unos dibujos que me dieron Cecilia y Marcos en Santiago y un disquito de Mothers of lnvention, ¿aquí no tendrán un tocadiscos para que te lo ponga?, probablemente demasiado tarde y Kindberg, date cuenta, todavía si fueran violines gitanos pero esas madres, che, la sola idea, y Lina riéndose con mucha crema y barriguita bajo pull-over negro, los dos riéndose al pensar en las madres aullando en Kindberg, la cara del hotelero y ese calor que hacía rato reemplazaba la cosquilla en el estómago, preguntándose si no se haría la difícil, si al final la espada legendaria en la cama, en todo caso el rollo de la almohada y uno de cada lado barrera moral espada moderna, Shepp, ya está, empezás a estornudar, tomá la aspirina que ya traen el café, voy a pedir coñac que activa el salicílico, lo aprendí de buena fuente. Y en realidad él no había dicho que no le gustara Copenhague pero la osita parecía entender el tono de su voz más que las palabras, como él cuando aquella maestra de la que se había enamorado a los doce años, que importaban las palabras frente a ese arrullo, eso que nacía de la voz como un deseo de calor, de que lo arroparan y caricias en el pelo, tantos años después el psicoanálisis: angustia, bah, nostalgia del útero primordial, todo al fin y al cabo desde el vamos flotaba sobre las aguas, lea la Biblia, cincuenta mil pesos para curarse de los vértigos y ahora esa mocosa que le estaba como sacando pedazos de sí mismo, Shepp, pero claro, si te la tragas en seco cómo no se te va a pegar en la garganta, bobeta. Y ella revolviendo el café, de golpe levantando unos ojos aplicados y mirándolo con un respeto nuevo, claro que si le empezaba a tomar el pelo se lo iba a pagar doble pero no, de veras Marcelo, me gustas cuando te pones tan doctor y papá, no te enojes, siempre digo lo que no tendría que, no te enojes, pero si no me enojo, pavota, sí te enojaste un poquito porque te dije doctor y papá, no era en ese sentido pero justamente se te nota tan bueno cuando me hablas de la aspirina y fíjate que te acordaste de buscarla y traerla, yo ya me había olvidado, Shepp, ves cómo me hacía falta, y eres un poco cómico porque me miras tan doctor, no te enojes, Marcelo, qué rico este coñac con el café, qué bien para dormir, tú sabes que. Y sí, en la carretera desde las siete de la mañana, tres autos y un camión, bastante bien en conjunto salvo la tormenta al final pero entonces Marcelo y Kindberg y el coñac Shepp. Y dejar la mano muy quieta, palma hacia arriba sobre el mantel lleno de miguitas cuando él se la acarició levemente para decirle que no, que no estaba enojado porque ahora sabía que era cierto, que de veras la había conmovido ese cuidado nimio, el comprimido que él había sacado del bolsillo con instrucciones detalladas, mucha agua para que no se pegara en la garganta, café y coñac; de golpe amigos, pero de veras, y el fuego debía estar entibiando todavía más el cuarto, la camarera ya habría plegado las sábanas como sin duda siempre en Kindberg, una especie de ceremonia antigua, de bienvenida al viajero cansado, a las oseznas bobas que querían mojarse hasta Copenhague y después, pero qué importa después, Marcelo, ya te dije que no quiero atarme, noquiero-noquiero, Copenhague es como un hombre que encuentras y dejas (ah), un día que pasa, no creo en el futuro, en mi familia no hablan más que del futuro, me hinchan los huevos con el futuro, y a él también su tío Roberto convertido en el tirano cariñoso para cuidar de Marcelito huérfano de padre y tan chiquito todavía el pobre, hay que pensar en el mañana m'hijo, la jubilación ridícula del tío Roberto, lo que hace falta es un gobierno fuerte, la juventud de hoy no piensa más que en divertirse, carajo, en mis tiempos en cambio, y la osezna dejándole la mano sobre el mantel y por qué esa succión idiota, ese volver a un Buenos Aires del treinta o del cuarenta, mejor Copenhague, che, mejor Copenhague y los hippies y la lluvia al borde del camino, pero él nunca había hecho stop, prácticamente nunca, una o dos veces antes de entrar en la universidad, después ya tenía para ir tirando, para el sastre, y sin embargo hubiera podido aquella vez que los muchachos planeaban tomarse juntos un velero que tardaba tres meses en ir a Rotterdam, carga y escalas y total seiscientos pesos o algo así, ayudando un poco a la tripulación, divirtiéndose claro que vamos, en el café Rubí del Once, claro que vamos, Monito, hay que juntar los seiscientos gruyos, no era fácil, se te va el sueldo en cigarrillos y alguna mina, un día ya no se vieron más, ya no se hablaba del velero, hay que pensar en el mañana, m'hijo, Shepp. Ah, otra vez; vení, tenés que descansar, Lina. Sí doctor, pero un momentito apenas más, fíjate que me queda este fondo de coñac tan tibio, pruébalo, sí, ves cómo está tibio. Y algo que él había debido decir sin saber qué mientras se acordaba del Rubí porque de nuevo Lina con esa manera de adivinarle la voz, lo que realmente decía su voz más que lo que le estaba diciendo que era siempre idiota y aspirina y tenés que descansar o para qué ir a Copenhague por ejemplo cuando ahora, con esa manita blanca y caliente bajo la suya, todo podía llamarse Copenhague, todo hubiera podido llamarse velero si seiscientos pesos, si huevos, si poesía. Y Lina mirándolo y después bajando rápido los ojos como si todo eso estuviera ahí sobre la mesa, entre las migas, ya basura del tiempo, como si él le hubiera hablado de todo eso en vez de repetirle vení, tenés que descansar sin animarse al plural más lógico, vení vamos a dormir, y Lina que se relamía y se acordaba de unos caballos (o eran vacas, le escuchaba apenas el final de la frase), unos caballos cruzando el campo como si algo los hubiera espantado de golpe: dos caballos blancos y uno alazán, en el fundo de mis tíos no sabes lo que era galopar por la tarde contra el viento, volver tarde y cansada y claro los reproches, machona, ya mismo, espera que termino este traguito y ya, ya mismo, mirándolo con todo el flequillo al viento como si a caballo en el fundo, soplándose en la nariz porque el coñac tan fuerte, tenía que ser idiota para plantearse problemas cuando había sido ella en el gran corredor negro, ella chapoteando y contenta y dos piezas qué tontería, pide una sola, asumiendo por supuesto todo el sentido de esa economía, sabiendo y a lo mejor acostumbrada y esperando eso al acabar cada etapa, pero y si al final no era así puesto que no parecía, así, si al final sorpresas, la espada en la mitad de la cama, si al final bruscamente en el canapé del rincón, claro que entonces él, un caballero, no te olvides de la chalina, nunca vi una escalera tan ancha, seguro que fue un palacio, hubo condes que daban fiestas con candelabros y cosas, y las puertas, fíjate esa puerta, pero si es la nuestra, pintada con ciervos y pastores, no puede ser. Y el fuego, las rojas salamandras huyentes y la cama abierta blanquísima enorme y las cortinas ahogando las ventanas, ah qué rico, qué bueno, Marcelo, cómo vamos a dormir, espera que por lo menos te muestre el disco, tiene una tapa preciosa, les va a gustar, lo tengo aquí en el fondo con las cartas y los planos, no lo habré perdido, Shepp. Mañana me lo mostrás, te estás resfriando de veras, desvestite rápido, mejor apago así vemos el fuego, oh sí Marcelo, qué brasas, todos los gatos juntos, mira las chispas, se está bien en la oscuridad, da pena dormir, y él dejando el saco en el respaldo de un sillón, acercándose a la osezna acurrucada contra la chimenea, sacándose los zapatos junto a ella, agachándose para sentarse frente al fuego, viéndole correr la lumbre y las sombras por el pelo suelto, ayudándola a soltarse la blusa, buscándole el cierre del sostén, su boca ya contra el hombro desnudo, las manos yendo de caza entre las chispas, mocosa chiquita, osita boba, en algún momento ya desnudos de pie frente al fuego y besándose, fría la cama y blanca y de golpe ya nada, un fuego total corriendo por la piel, la boca de Lina en su pelo, en su pecho, las manos por la espalda, los cuerpos dejándose llevar y conocer y un quejido apenas, una respiración anhelosa y tener que decirle porque eso sí tenía que decírselo, antes del fuego y del sueño tenía que decírselo, Lina, no es por agradecimiento que lo haces, ¿verdad?, y las manos perdidas en su espalda subiendo como látigos a su cara, a su garganta, apretándolo furiosas, inofensivas, dulcísimas y furiosas, chiquitas y rabiosamente hincadas, casi un sollozo, un quejido de protesta y negación, una rabia también en la voz, cómo puedes, cómo puedes Marcelo, y ya así, entonces sí, todo bien así, perdoname mi amor perdoname tenía que decírtelo perdoname dulce perdoname, las bocas, el otro fuego, las caricias de rosados bordes, la burbuja que tiembla entre los labios, fases del conocimiento, silencios en que todo es piel o lento correr de pelo, ráfaga de párpado, negación y demanda, botella de agua mineral que se bebe del gollete, que va pasando por una misma sed de una boca a otra, terminando en los dedos que tantean en la mesa de luz, que encienden, hay ese gesto de cubrir la pantalla con un slip, con cualquier cosa, de dorar el aire para empezar a mirar a Lina de espaldas, a la osezna de lado, a la osita boca abajo, la piel liviana de Lina que le pide un cigarrillo, que se sienta contra las almohadas, eres huesudo y peludísimo, Shepp, espera que te tape un poco si encuentro la frazada, mírala ahí a los pies, me parece que se le chamuscaron los bordes, Shepp.

Después el fuego lento y bajo en la chimenea, en ellos, decreciendo y dorándose, ya el agua bebida, los cigarrillos, los cursos universitarios eran un asco, me aburría tanto, lo mejor lo fui aprendiendo en los cafés, leyendo antes del cine, hablando con Cecilia y con Pirucho, y él oyéndola, el Rubí, tan parecidamente el Rubí veinte años antes, Arlt y Rilke y Eliot y Borges, sólo que Lina sí, ella sí en su velero de auto-stop, en sus singladuras de Renault o de Volkswagen, la osezna entre hojas secas y lluvia en el flequillo, pero por qué otra vez tanto velero y tanto Rubí, ella que no los conocía, que no había nacido siquiera, chilenita mocosa vagabunda Copenhague, por qué desde el comienzo, desde la sopa y el vino blanco ese irle tirando a la cara sin saberlo tanta cosa pasada y perdida, tanto perro enterrado, tanto velero por seiscientos pesos, Lina mirándolo desde el semisueño, resbalando en las almohadas con un suspiro de bicho satisfecho, buscándole la cara con las manos, tú me gustas huesudo, tú ya leíste todos los libros, Shepp, quiero decir que contigo se está bien, estás de vuelta, tienes esas manos grandes y fuertes, tienes vida detrás, tú no eres viejo. De manera que la osezna lo sentía vivo a pesar de, más vivo que los de su edad, los cadáveres de la película de Romero y quién sería ése debajo del flequillo donde el pequeño teatro resbalaba ahora húmedo hacia el sueño, los ojos entornados y mirándolo, tomarla dulcemente una vez más, sintiéndola y dejándola a la vez, escuchar su ronrón de protesta a medias, tengo sueño, Marcelo, así no, sí mi amor, sí, su cuerpo liviano y duro, los muslos tensos, el ataque devuelto duplicado sin tregua, no ya Marlene en Bruselas, las mujeres como él pausadas y seguras, con todos los libros leídos, ella la osezna, su manera de recibir su fuerza y contestarla pero después, todavía en el borde de ese viento lleno de lluvia y gritos resbalando a su vez al semisueño, darse cuenta de que también eso era velero y Copenhague, su cara hundida entre los senos de Lina era la cara del Rubí, las primeras noches adolescentes con Mabel o con Nélida en el departamento prestado del Monito, las ráfagas furiosas y elásticas y casi enseguida por qué no salimos a dar una vuelta por el centro, dame los bombones, si mamá se entera. Entonces ni siquiera así, ni siquiera en el amor se abolía ese espejo hacia atrás, el viejo retrato de sí mismo joven que Lina le ponía por delante acariciándolo y Shepp y durmámonos ya y otro poquito de agua por favor; como haber sido ella, desde ella en cada cosa, insoportablemente absurdo irreversible y al final el sueño entre las últimas caricias murmuradas y todo el pelo de la osezna barriéndole la cara como si algo en ella supiera, como si quisiera borrarlo para que se despertara otra vez Marcelo, como se despertó a las nueve y Lina en el sofá se peinaba canturreando, vestida ya para otra carretera y otra lluvia. No hablaron mucho, fue un desayuno breve y había sol, a muchos kilómetros de Kindberg se pararon a tomar otro café, Lina cuatro terrones y la cara como lavada, ausente, una especie de felicidad abstracta, y entonces tú sabes, no te enojes, dime que no te vas a enojar, pero claro que no, decime lo que sea, si necesitas algo, deteniéndose justo al borde del lugar común porque la palabra había estado ahí como los billetes en su cartera, esperando que los usaran y ya a punto de decirla cuando la mano de Lina tímida en la suya, el flequillo tapándole los ojos y por fin preguntarle si podía seguir otro poco con él aunque ya no fuera la misma ruta, qué importaba, seguir un poco más con él porque se sentía tan bien, que durara un poquito más con este sol, dormiremos en un bosque, te mostraré el disco y los dibujos, solamente hasta la noche si quieres, y sentir que sí, que quería, que no había ninguna razón para que no quisiera, y apartar lentamente la mano y decirle que no, mejor no, sabes, aquí vas a encontrar fácil, es un gran cruce, y la osezna acatando como bruscamente golpeada y lejana, comiéndose cara abajo los terrones de azúcar, viéndolo pagar y levantarse y traerle la mochila y besarla en el pelo y darle la espalda y perderse en un furioso cambio de velocidades, cincuenta, ochenta, ciento diez, la ruta abierta para los corredores de materiales prefabricados, la ruta sin Copenhague y solamente llena de veleros podridos en las cunetas, de empleos cada vez mejor pagados, del murmullo porteño del Rubí, de la sombra del plátano solitario en el viraje, del tronco donde se incrustó a ciento sesenta con la cara metida en el volante como Lina había bajado la cara porque así la bajan las ositas para comer el azúcar.

sábado, 4 de abril de 2015

Ave Atque Vale: en Memoria de Charles Baudelaire - Algernon Charles Swinburne (El amor no puede equivocarse entregándose a un placer sin aguijón, colmillo o espuma)

Ave Atque Vale - Algernon Charles Swinburne

¿Debo derramar una rosa, un quejido o un laurel,
oh hermano mío, sobre éste que fue tu velo?
Quizá deseas una flor apacible modelada por el mar
o una filipéndula, germinando lentamente,
de aquellas que las Dríadas, dormidas en verano, solían tejer
antes de ser despertadas por la suave y repentina nieve de la víspera.

Tal vez tu destino sea otro: marchitarte en el baldío
regazo de la tierra, entre pálidos capullos, sacudido por
el eterno calor de amargos veranos, lejos de las dulces
espigas que bordean la costa de un pueblo sin nombre.


Orgulloso y sombrío
palpitabas en el abismo profundo del cielo;
tus oídos atentos estuvieron al lamento del vagabundo,
al sollozo del mar en agrestes promontorios,
al estéril beso de las olas,
al rumor incierto de la tumba de Leucadia,
con sus hondos cantos.
Ah, el beso yerto y salado del mar,
el triste clamor de los vientos oceánicos sacudiendo los golfos,
acosándonos y derribándonos,
como ciegos dioses que ignoran la misericordia.

Fuiste tú, hermano mío, con tus antiguas visiones,
quien adivinó secretos y dolores vedados al hombre,
amores salvajes, frutos prohibidos y venenosos,
desnudos ante tu ojo escrutador
que se abría en medio del aire viciado de la noche.
Toscas cosechas en tiempos de lascivia:
pecado sin forma, placer sin palabra.
Turbulentos presagios se agolpaban en tus sueños
y hacían cerrar los afligidos ojos de tu espíritu.
En cada rostro viste la sombra
de aquellos que sólo siembran y cosechan hombres.

Oh corazón insomne, Oh alma fatídica incapaz de conciliar el sueño;
el silencio es tu regocijo, indiferente ante el altar de la vida,
¡has dejado a un lado el amor, la serenidad, el espíritu de lucha!
Ahora los dioses, hambrientos de muerte,
alma y cuerpo nos arrebatan, la primavera, nuestras melodías.
El amor no puede equivocarse
entregándose a un placer sin aguijón, colmillo o espuma,
allí donde hay labios que nunca se abrirán.
El alma se escurre del cuerpo
y la carne se arranca de los huesos, sin congojas,
como el rocío cuando cae desde las campánulas.

Es suficiente: el principio y el fin
son para ti una y la misma cosa, para ti que estás más allá de cualquier límite.
Oh mano separada del amigo incondicional,
sin frutos que recoger o victorias por alcanzar.
Lejos del triunfo, de los diarios afanes y de las codicias
sólo hojas muertas y un poco de polvo.
Oh, quietos ojos cuya luz nada nos dice,
los días se acallan; no así el insondable abismo de tu noche,
cuando tu mirada se desliza entre lóbregos silencios.
Pensamientos y palabras se desmoronan de tu alma;
dormir, dormir para ver la luz.

Ahora todas las horas y amores extraños han terminado;
sólo sueños y deseos, canciones y placeres umbríos.
Quizá has encontrado tu lugar
entre las piernas de la mujer de un Titán, pálida amante,
reclamando de ti hondas visiones
bajo la sombra de su cabeza, de sus prodigiosos pechos,
de sus poderosos miembros que inclinados te adormecen,
con todo el peso de sus cabellos
cuyo aroma evoca el sabor y la sombra de antiguos bosques de pino
donde aún gime el viento tras haber sorteado húmedas colinas.

¿Has encontrado alguna similitud para tus visiones?
Oh jardinero de extrañas flores: ¿cuáles brotes, cuáles
capullos has encontrado sembrados en la penumbra?
¿Existen acaso desesperanzas y júbilos? ¿No es todo
una cruel humorada? ¿Qué clase de vida es ésta, con salud o enfermedad?
¿Son las frutas grises como el polvo o brillantes como la sangre?
¿Crece alguna semilla para nosotros en aquella landa sombría?
¿Hay raíces que germinen en sus débiles campiñas,
allí, en las tierras bajas donde el sol y la luna se enmudecen? ¿Hay flores o frutos?

Ah, mi volátil canción se desvanece
ante ti, el mayor de los poetas, esquivo y arcano,
tú, veloz como ninguno.
Presiento oscuras burlas en la risa misteriosa
de los guardianes de la muerte, ciegos y sin lengua,
cubriendo con un velo la cabeza de Proserpina.
Pasajera y débil es mi visión: vanas lágrimas
que caen desde ojos acongojados,
que resbalan por pálidas bocas llenas de estertores.
Son éstas las cosas que atribulaban tu espíritu cuando las veías emerger.

Demasiado lejos te encuentras ahora; ni siquiera el vuelo de las palabras puede alcanzarte;
lejos, muy lejos del pensamiento o de la oración.
¿Qué nos incomoda de ti, que sólo eres viento y aire?
¿Por qué despertamos al vacío desgarrados de temor?
Fantasías, deseos,
o sueños hambrientos de muerte, como ráfagas que propagan el fuego.
Nuestros sueños persiguen nuestra muerte y no la encuentran.
Aun así, por rápida que ésta sea, un tenue ardor se desvanece de nosotros,
mortecina luz que cae desde cielos remotos
cuando el oído está sordo
y la mirada se nubla.

Nunca más serás aquello que fuiste; ajeno al tiempo
te alejas; por eso ahora intento apresar tan sólo
un destello del triste sonido tu alma,
la sombra de tu espíritu fugaz, este pergamino cerrado
en el que pongo mi mano sin dejar que la muerte separe
mi espíritu de la comunión con tus versos.
Estos recuerdos y estas melodías
que abruman el fúnebre y oscuro umbral de las musas;
las saludo, las toco, las abrazo y me aferro,
con mis manos prestas a ceñir,
con mis oídos atentos al vago clamor
de aquellos que marchan por la vida vestidos de luto.

Yo soy uno de ellos, avanzando
ante hogueras que arden, apilada la tierra,
ofreciendo libaciones a la muerte y sus dioses,
haciéndoles una leve reverencia en medio de la fúnebre procesión de los hombres,
sin plegarias ni alabanzas,
brindando mis ofrendas a sus taciturnas majestades,
que de miel y esencias están sembradas mis tierras
mientras mis frutos se pudren en el gélido aire.
Como Orestes, deposité en tu sepulcro
un rizo de mi cabello desgreñado.

No hay manos capaces de traicionarte,
oh rey de cabeza encogida,
pues tu pálido resplandor basta para acabar con la misma Troya.
Engaños, mentiras: sobre este polvo tuyo ninguna lágrima habrá de brotar.
Nunca hubo llanto como el tuyo: que ahora los hombres
escuchen la dulce caída de tus lágrimas eternas
en las hojas abiertas de las páginas de los santos poetas.
Ni Orestes ni Electra se conduelen de tu suerte;
pero arrodillándose desde sus urnas inmemoriales,
las más altas musas de todos los tiempos
gimen por ti y hasta el mismo Dios en su corazón te añora.

Así, aun cuando aquí entre nosotros
Dios esconda su sagrada fuerza
y apague su luz
sin manifestar su música y su poder
con el suave ardor de canciones sonoras,
quiso sin embargo tocar tus labios con vino amargo
y nutrirlos con su agrio aliento.
Seguramente de sus manos el alimento de tu alma viene.
Las llamas que atemorizaron tu espíritu con su fulgor
al mismo tiempo lo iluminaron, alimentando tu corazón hambriento
así como al nuestro lo sacia con fama.

Y ahora, en el ocaso de tu alma,
el dios de todos los soles y canciones se inclina
para unir sus laureles con tu corona de cipreses.
Es Él quien guarda tu polvo de la culpa y del olvido.
Sabiendo todo lo que fuiste y eres,
compasivo, melancólico, sagrado en cada orilla del corazón,
lamenta tu muerte como la muerte de sus hijos
y santifica con extrañas lágrimas y ajenos suspiros
tu boca sin palabras, tus ojos enlutados,
y sobre tu yerta cabeza
deposita un último trazo de luz.

Desearía sollozar junto a ti en las orillas del Leteo,
abrazar con mis lágrimas su cambiante curso,
llegar hasta la escarpada colina donde Venus levanta su santuario,
la genuina Venus, no aquella que después fue cambiada
por Citerea y Ericina, perdiendo sus labios y su rostro
la divina risa de la antigua Grecia.

Un fantasma, un dios abyecto y lascivo:
tú también te postraste a su carne,
por ella entonaste plegarias
y te apartaste hacia una tierra desconocida
mientras ardían las sombras del Infierno.

Sé que ninguna corona brotará de estas flores;
que ningún saludo atraerá la luz.
Tan sólo un espíritu enfermo en medio de la noche dulce y olorosa,
los cansados ojos del amor con sus manos y su pecho estéril.
No hay remedio para estas cosas; ya no hay nada
por alcanzar o enmendar; ni siquiera nuestras canciones, querido amigo,
despejarán el misterio de la muerte asegurando la inmortalidad.
Mas no por ello dejaré de hacer música para ti
cubriendo tu polvo con rosas, hiedras o vides silvestres.
Así al menos depositaré un cetro
en el relicario donde moran tus sueños.

Descansa en paz. Si la vida fue injusta contigo, el destino te absolverá.
Si acaso fue dulce, debes agradecer y perdonar,
pues a no mucho más puede aspirar el hombre.
Aquel mortecino jardín donde día tras día tus manos entrelazaban estériles flores,
flores urdidas en el sigilo y la sombra;
en sus verdes capullos encontraste sufrimientos y abyecciones,
en sus grises vestigios el penetrante sabor del veneno.
Tú, con el corazón lleno de esperanza,
desataste pensamientos y pasiones desde lo más profundo de tus sueños;
pero ahora has partido, atravesado por la guadaña de la muerte
que a todos habrá de alcanzarnos
cuando nuestras vidas se agoten en la fúnebre corriente de los días.
Para ti, hermano mío,
alma sumergida en el silencio.

Recoge de mi mano esta guirnalda y despídete.
Delgadas son las hojas y baldíos los inviernos.
La tierra, nuestra madre fatal, se enfría a tu alrededor;
de sus entrañas brota la tristeza
y en medio de sus pechos asoma una tumba.
Mas, de cualquier modo, conténtate, porque tus días han acabado;
Ahora descansas en paz, sin turbulencias
ni visiones ni cantos que perturben tu espíritu.
Vaya este canto para ti, querido hermano,
sol inmóvil en donde todos los vientos se aquietan,
solitaria orilla en la que todas las aguas confluyen.

viernes, 3 de abril de 2015

EL ENCUENTRO - CUENTO CHINO (recopilado por BORGES)

Ch'ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos, y como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a 
día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, consintió. Ch'ienniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, no cesó de cavilar durante la fiesta y se dijo que era mejor partir y no perseverar en un amor sin ninguna esperanza.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas pocas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran. No pudo conciliar el sueño y hacia la media noehe oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó: "¿Quién anda a estas horas de la noche?" "Soy yo, soy Ch'ienniang", fue la respuesta. Sorprendido y feliz, la hizo entrar en la embarcación. Ella le dijo que había esperado ser su mujer, que su padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También había temido que Wang Chu, solitario y en tierras desconocidas, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la reprobación de la gente y la cólera de los padres y había venido para seguirlo adonde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaron noticias de la familia y Ch'ienniang pensaba diariamente en su padre. Esta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no y una noche le confesó a Wang Chu sucongoja; como era hija única se sentía culpable de una grave impiedad filial. –Tienes un buen corazón de hija y yo estoy contigo -respondió él-. Cinco años han pasado y ya no estarán enojados con nosotros. Volvamos a casa-. Ch'ienniang se regocijó y se aprestaron para regresar con los niños.
Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch'ienniang: -No sé en qué estado de ánimo encontraremos a tus padres. Déjame ir solo a averiguarlo-. Al avistar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo: -¿De qué hablas? Hace cinco años que Ch'ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No estoy mintiendo -dijo Wang Chu-. Está bien y nos espera a bordo.

Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch'ienniang. A bordo la encontraron sentada, bien ataviada y contenta; hasta les mandó cariños a sus padres. Maravilladas, las doncellas volvieron y aumentó la perplejidad de Chang Yi.

Entre tanto, la enferma había oído las noticias y parecía ya libre de su mal y había luz en sus ojos. Se levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch'ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch'ienniang vivieron juntos y felices.

(Cuento de la dinastía Tang, 618-906 a.C.)

La plaza tiene una torre, de Antonio Machado

La plaza tiene una torre, de Antonio Machado

La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
ha pasado un caballero
-¡ quién sabe por qué pasó !-,
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama
su dama y su blanca flor.

Para tu ventana
un ramo de rosas me dio la mañana.
Por un laberinto, de calle en calleja,
buscando, he corrido, tu casa y tu reja.
Y en un laberinto me encuentro perdido
En esta mañana de mayo florido.

Cuento: LADISLAO, EL FLAUTISTA - Francisco Izquierdo Ríos

LADISLAO, EL FLAUTISTA

     -¿Oyes maestro?
     -¿Qué?
     -Flauta.
     Y toda la clase se sume en religioso silencio. A cual más, los muchachos tratan de oír, levantándose de las carpetas.
     -¡Ladislau!
     -¡Sí, el Ladislau!
     -Sólo el Ladislau, maestro, sabe tocar así la flauta.
     -No puede ser Ladislau, niños. Su padre, hace poco su padre me ha dicho que está ausente y que ya no regresará al pueblo. Ha ido a Chachapoyas, donde su madre.
     -El Ladislau es, señor. Ha llegado ayer, al anochecer, con la lluvia. Yo le he visto.
     La escuela es ya un revuelo.
     En todos los labios tiemblan el nombre de Ladislao.
      Y una profunda ola de simpatía cruza la escuela de banda en banda.
     -El Ladislau es, señor… Allí está su cabeza.
     -Si, maestro. Allí está, véalo, véalo usted. Está mirando por el cerco.
     Efectivamente, la cabecita hirsuta de Ladislao aparecía sobre el pequeño cerco de piedras de la escuela.
     -Zamarruelo… Vayan a traerlo.
     Y tres de los muchachos más grandes de la clase van como un rayo en su busca y después de un rato vuelven sin haber podido coger a Ladislao. Y solo dicen:
     -Señor, escapó a todo correr, como un venado, por el monte.
     -¡Qué raro, exclama el maestro, Ladislao se está volviendo vagabundo! ¡Qué lástima un buen muchacho!
     Y todos recuerdan con pena al compañero que tantos deliciosos momentos  dio a la escuela con su arte. Parecía que Ladislao hubiera nacido con el divino don de tocar la flauta y  de hacer flautas de carrizo como nadie.
     Todos recuerdan aún  que cuando el grupo de comuneros salió a explorar la verde e inmensa selva que empieza al otro lado del cerro, fue él quién iba adelante tocando la flauta, acompañando en el tambor por Macshi otro muchachito, hasta la loma de las afueras, donde se despidió a los valientes exploradores.
     Y, además, todos recuerdan nítidamente su inseparable poncho raído, y rebelde como los zarzamorales de las quebradas.
     -El Ladislau, se ha vuelto así diz, maestro, porque mucho le pega su madrastra.
     -Sí, algo he sabido. ¡Pobre muchacho!
     -A mí me ha contadu señor llorando.
     -Por eso diz que vive así, señor, andando por todos lados, por todos los pueblos que va.
     -Aura diz, señor, no ha llegado a la casa de su padre, ha llegado donde la mamá Grishi.
     -Su padre ya ni cuenta hace de él diz, señor. Lo ve como un extraño.
     -Y aura diz, maestro, se va a vivir ya en la Mina.
     -En las minas de sal?
     -Sí, diz señor?
     -¿Y su madre?
     -Diz, señor que está enferma en Chachapoyas y precisamente él quiere trabajar para ayudarla?
     -Y por eso diz, maestro, ya no viene ni vendrá a la escuela.
     En ese momento, volvió a oírse lejanas notas de flauta que como sollozo de un niño abandonado, hacían florecer en la escuela todo un rosal de emoción, perfumado de tristeza.
     ¡El corazón de los niños está en suspenso!
     En la huerta, bañada por la luz de oro de un jovial sol mañanero hasta los finos álamos parecían agobiados de pena.
     Ladislao, el flautista, se alejaba para siempre de la escuela.
(Francisco Izquierdo Ríos)