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domingo, 31 de enero de 2016

Heces - César Vallejo - Poema

HECES

Esta tarde llueve como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su “No seas así!”
Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.
Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este búho, con este corazón.
Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

viernes, 29 de enero de 2016

When lilacs last in the dooryard bloom’d) - Cuando las lilas florecían en el jardin- Walt Whitman 1

(When lilacs last in the dooryard bloom’d)
Del libro “Hojas de hierba” de Walt Whitman
1
Cuando las últimas lilas florecían en el jardin
Y la gran estrella, en la noche, declinaba por el occidente
Yo enlutecí, y llevaré aún el duelo con la primavera que
siempre retorna.
Primavera que siempre retornas trayéndome una segura
trinidad,
La de las lilas que perennes florecen, la estrella que declina
al oeste.
Y el recuerdo de aquel que yo amo.

2
¡Oh, poderosa estrella del occidente caída!
¡Oh, sombras nocturnas! ¡Oh, noche desapacible llena de
lágrimas!
¡Oh, gran estrella desaparecida! ¡Oh, tenebrosa oscuridad
que a la estrella ocultas!
¡Oh, crueles manos que impotentes me retienen!
¡Oh, alma mía privada de recursos!
¡Oh, pujante nube envolvedora que te empeñas en dominar
mi alma!
3
En la portada, dando frente a la vieja morada de la granja,
cercano al muro blanqueado,
Yérguese el matorral de lilas que ha crecido elevando sus
hojas en forma de corazón y de un profundo verdor,
Con abundantes flores puntiagudas que se elevan delicadas,
con ese fuerte perfume que yo amo,
Con cada hoja que es como un milagro, y este matorral en
la portada,
Con flores delicadamente coloridas y hojas en forma de
corazón de verdor tan brillante,
Primavera florida de la que arranco un gajo.
4
En la ciénaga apartada y solitaria
Un tímido pájaro se oculta gorjeando una canción.
Solitario zorzal,
El ermitaño retirado, entregado a sí mismo, entona su
canción.
Canción de una sangrante garganta,
Canción de la vida derramada por la muerte (porque yo
lo sé bien, hermano querido,
Si no pudieras cantar, seguramente morirías).
5
Sobre el pecho de la primavera, la tierra, en medio de
las ciudades,
A través de los senderos y las viejas selvas,
allí donde, recientemente las violetas brotaban del suelo
y manchaban el gris de los escombros,
Entre la hierba en los campos, a cada lado de los senderos,
atravesando los prados interminables,
Pasando los trigales de amarillas puntas, cada grano clavando
su sudario en los campos anochecidos,
Pasando por delante de los manzanares floridos de blanco
y de rosado en los huertos,
Transportando un cadáver hacia allá, donde reposará en
la tumba,
Noche y día viaja un ataúd.
6
Ataúd que pasa a través de los senderos y las calles,
A través del día y la noche con la gran nube que ensombrece
al país,
Con la pompa de las banderas a media asta, con las ciu
dades enlutadas,
Con el espectáculo de los Estados, ellos mismos cual mujeres
de pie cubiertas de crespones,
Con la procesión larga y serpenteante y las antorchas en
la noche,
Con las innumerables antorchas encendidas, con el mar
silencioso de los rostros y las cabezas descubiertas,
Con la estación que aguarda, el féretro que llega, y los
sombríos rostros,
Con los fúnebres cánticos a través de la noche, con los
millones de voces que se elevan fuertes y solemnes,
Con las afligidas voces de los cánticos fúnebres alrededor
del ataúd,
Con las iglesias débilmente iluminadas y los órganos temblorosos,
allí por donde estas cosas tu viajas,
Con el tañido perpetuo de las campanas, que suenan, que
suenan,
Aquí, féretro que lentamente pasa,
Yo te ofrendo mi ramo de lilas,
7
(No es para ti, sólo es para uno solo,
Que yo he traído flores y verdes ramas a todos los féretros,
Porque, fresca como la mañana, es así como yo quisiera
entonar una canción para ti,
¡Oh, muerte límpida y sagrada!
Todo bajo ramos de rosas,
¡Oh, muerte! Yo te cubro íntegramente bajo rosas y lirios
prematuros,
Pero, sobre todo y desde ahora con lilas que florecen primerizas;
Copiosas yo las arranco, yo arranco las ramas de las matas,
Yo llego, cargados los brazos, derramándolas sobre ti,
Para ti y los féretros que son todos tuyos, oh, muerte!)
8
¡Oh orbe occidental bogando en el cielo!
Ahora yo sé lo que tú debías querer decir cuando hace un
mes yo me paseaba,
Cuando yo me paseaba en silencio en la noche transparente
y llena de sombra,
Cuando yo veía que tú tenías algo que decir cuando te
inclinabas hacia mí noche tras noche,
Cuando tú declinaste del cielo bien bajo como hacia mi
lado, mientras que todas las otras estrellas miraban.
Cuando vagamos juntos en la noche solemne, porque algo,
yo no sabía qué, me impedía dormir
Cuando la noche avanzaba y yo veía al borde del oeste,
cuán lleno de tristeza tú estabas,
Cuando yo estaba de pie sobre lo alto, en medio de la
brisa, en la noche fresca y transparente,
Cuando yo miraba por dónde tú habías pasado y te hallaba
perdido en la plenitud de la noche,
Cuando mi alma, insatisfecha en su turbación, se volcaba,
al mismo tiempo que tú, triste orbe,
Tú concluías tu curso, te hundías en la noche, y desaparecías.
9
Canta siempre allá, en la ciénaga,
Oh, cantor tímido y tierno, yo escucho tus notas, yo oigo
tu llamado,
Yo escucho, llego de inmediato, yo te comprendo,
Yo no me retraso sino un instante, porque la brillante estrella
me ha retenido
La estrella retiene a mi camarada que se marcha, y me
detiene.
10
¡Oh! ¿cómo gorjearé allá yo mismo por el muerto que he
amado?
Y, ¿cómo adornaré mi cántico para la grande y tierna alma
que se ha marchado?
Y, ¿cuál será mi perfume para la tumba del que amo?
Los vientos marinos soplan del Este al oeste,
Soplan desde el mar oriental y soplan del mar occidental,
hasta que se encuentran allá, reunidos en las praderas,
Con aquellos y con estos y con el soplo de mi cántico
Yo perfumaré la tumba del que amo.
11
¡Oh! ¿Qué suspenderé en los muros de la cámara?
Y, ¿cuáles serán los cuadros que colgaré en los muros
para adornar el sepulcro de aquel que amo?
Cuadros de la naciente primavera, y de las granjas y de
las moradas,
Con los atardeceres de abril al ponerse el sol y la niebla
gris, transparente y brillante,
Con las oleadas de amarillo oro viniendo desde el sol,
suntuoso e indolente al ponerse, encendiendo, expandiendo
el aire,
Con la fresca y suave hierba bajo el pie, y el follaje verde
y pálido de los árboles prolíficos,
A la distancia el brillo del arroyo, el seno de la ribera, con
una racha de viento aquí y allá,
Con las colinas alineadas cabe los ríos, a veces contemplando
el cielo, otras veces oscureciéndose,
Y la ciudad y con ella las moradas tan densas, y los manojos
de chimeneas,
Y todas las escenas de vida y los talleres, y los obreros
retornando a sus hogares.
12
He aquí, cuerpo y alma esta tierra,
Mi propio Manhattan con sus campanarios, y las mareas
deslumbrantes y arrolladoras, y los navíos,
El variado y amplio suelo, el sud y el norte en la luz, las
riberas del Ohio y el deslumbrante Missouri,
Y siempre las praderas extendiéndose a lo lejos, cubiertas
de hierba y de maíz.
He aquí el sol más excelente, tan calmo y tan altivo,
El violeta y la púrpura con la brisa matinal que casi no
se siente,
La suave luminosidad, dulcemente nacida, inmensa.
El milagro extendiéndose y bañándolo todo, al cumplirse el
mediodía,
La tarde que llega deliciosa, la noche y las estrellas bienvenidas,
Todo esto luciendo sobre mis ciudades, envolviendo hombre
y tierra.
13
Canta siempre, canta siempre, tú, tordo,
Canta en las chacras, en los rincones lleva tu canto a los
matorrales,
Más allá de la sombra, entre los cedros y los pinos.
Canta siempre, hermano querido, gorjea tu canto gangoso,
Recio cántico humano, como la voz del extremo dolor.
¡Oh, canto fluido y libre y tierno!
¡Oh, canto fiero y flexible para mi alma! ¡Oh, cantor maravilloso!
Sólo a ti escucho yo; mientras la estrella me retiene, al
bien pronto se marchará…
Empero, por el momento, con su penetrante perfume las
lilas me retienen.
14
Ahora, mientras estoy en la plenitud del día y miro ante mí,
Hacia el final del día con su luz y los campos primaverales
y los granjeros preparan sus cosechas,
En el vasto e inconsciente paisaje de mi país con sus lagos
y bosques,
En la celestial belleza etérea, luego de los vientos turbulentos
y los huracanes,
Bajo la bóveda del cielo del atardecer que pronto pasa y
las voces de niños y mujeres,
Las marcas de los innúmeros movimientos, y yo contemplaba
los navíos navegando,
Y el estío aproximándose con riquezas,
y los campos activados por el trabajo,
Y las infinitas casas separadas unas de las otras, cada cual
viviendo su vida, con sus comidas y sus pequeños detalles
de la vida diaria,
Y las calles, con su palpitar incesante, y las ciudades encerradas;
y he aquí que, de pronto, volcándose sobre
todas estas cosas y entre todas estas cosas, envolviéndome
con el resto,
Apareció la noche, apareció la larga ruta negra,
Y reconocí a la muerte, al pensamiento de la muerte, y al
conocimiento sagrado de la muerte.
15
Entonces, con el conocimiento de la muerte marchando
próximo, a mi vera,
Y yo en medio, como entre camaradas, y como estrechando
las manos de camaradas,
Avancé hacia la noche que oculta, que acoge, que jamás
habla,
Hasta las riberas de los arroyos, hasta el sendero cercano
a la ciénaga en la oscuridad,
Hasta los solemnes y umbríos cedros, y hasta los pinos
semejantes a espectros, y tan tranquilos.
Y el cantor, tan tímido con los otros, me acogió,
El tordo grisáceo, que yo conocía, nos recibió a los tres
camaradas,
Y entonó la canción de la muerte, y un poema para aquel
a quien yo amo.
Desde los refugios profundos y solitarios,
De los cedros perfumados y los pinos semejantes a espectros
y tan tranquilos,
Llegó la canción del pájaro.
Y el encanto de la canción me sobrecogió
Mientras que yo retenía como con mi mano a mis camaradas
en la noche,
Y cuando la voz de mi espíritu se ponía de acuerdo con
la canción del pájaro:
16
Ven, amable y tranquilizadora muerte,
Ondula alrededor del mundo, llegando,
llegando, con serenidad
En el día, en la noche, para todos, para cada uno,
Tarde o temprano, delicada muerte.
Loado sea el insondable universo,
Por la vida y la alegría, y por los objetos todos y la curiosa
sabiduría
Y por el amor, el tierno amor ¡Loado, loado sea!
Por los brazos con que estrecha la muerte en sus fríos
abrazos.
Sombría madre que se desliza y aproxima siempre con dulces
pasos,
¿Ha entonado alguien para ti un cántico de íntegra bienvenida?
Entonces, yo lo entono para ti, glorificándote por encima
de todas las cosas,
Yo te traigo un cántico para la hora en que, verdaderamente,
tú debes llegar, llegar indefectiblemente.
Aproxímate, poderosa libertadora;
Cuando esto acontezca, cuando tú a ellos los hayas arrebatado,
yo cantaré alegremente a los muertos,
Perdidos en el océano amante y flotante que es el tuyo
Bañados por el oleaje de tu felicidad, ¡oh, muerte!
De mí, hacia ti, alegres serenatas,
Danzas propongo para saludarte, ornamentos y festines
para ti,
Y los espectáculos del paisaje descubiertos, y el alto y
dilatado cielo que te corresponden,
Y la vida y los campos, y la inmensa y meditabunda noche.
La noche silenciosa bajo innumeras estrellas,
Las riberas del océano y la bronca ola murmurante cuya
voz yo conozco,
Y el alma volviéndose a ti, ¡oh, muerte! inmensa y bien
velada,
Y el cuerpo cobijándose con reconocimiento, cerca de ti.
Por encima de las copas de los árboles, yo hago flotar hacia
ti un cántico
Por encima de las olas que suben y bajan, por encima de
miríadas de campos y de amplias praderas,
Por encima de ciudades apretujadas, y los muelles y los
ferrocarriles hirviendo multitudes,
Yo hago flotar con alegría hacia ti ¡oh, muerte!
17
De acuerdo con mi alma,
Bullicioso y fuerte, el tordo gris proseguía su canción
Colmando la noche con las puras notas meditabundas que
se iban expandiendo,
Bullicioso entre los pinos y los cedros oscuros,
Claro entre el frescor húmedo y el perfume de las ciénagas,
Y con mis camaradas allá en la noche.
Empero mi vista que se refugiaba en mis ojos cerrados
Abrióse de pronto a panorámicas visiones.
18
Y a un costado vi los ejércitos,
Y vi como en sueños silenciosos centenares de banderas de
guerra
Conducidas a través del humo de las batallas, y perforadas
por los proyectiles las vi,
Y conducidas de aquí y de allá, a través del humo, y desgarradas
y sangrientas,
Y finalmente, nada más que algunos jirones abandonados
en las astas (y todo envuelto por el silencio)
Y las astas quebradas y rotas.
Vi los cadáveres de las batallas, miríadas de cadáveres,
Y los blancos esqueletos de los jóvenes, yo los vi,
Y vi los despojos y despojos de todos los soldados caídos
en la guerra,
Pero yo vi que ellos no eran como se les creía,
Estaban ellos mismos plenamente en reposo, no sufrían más,
Los vivientes quedaban y sufrían, la madre sufría,
Y la esposa y el niño y el camarada melancólico sufrían,
Y los ejércitos que quedaban, sufrían.
19
Fugitivas las visiones, fugitiva la noche
Fugitivos, abandonando el contacto de las manos de mis
camaradas,
Fugitiva la canción del pájaro ermitaño y la canción concordante
con mi alma,
Canción victoriosa, canción derramada por la muerte, sin
embargo canción que cambia y varía siempre,
En tanto que bajas y plañideras, y no obstante claras, las
notas suben y descienden, inundando la noche,
Descienden tristemente, desvaneciéndose, poniendo en guardia
y poniéndose en guardia, y por consiguiente estallando
nuevamente de regocijo,
Cubriendo la tierra y colmando la extensión del cielo,
Tal cual ese salmo vibrante que en medio de la noche yo
escuché viniendo desde lejos;
Fugitivo, yo os dejo lilas de las hojas en forma de corazón,
Yo os dejo allá, junto a la puerta, floreciendo, retornando
con la primavera.
Yo interrumpo mi cántico para ti
Mi mirada hacia ti al oeste, da la cara al oeste, comulgando
contigo,
¡Oh!, camarada luminoso con un rostro plateado en la noche.
20
Y empero contemplando a todos y cada una, estas cosas
recubiertas por la noche,
La canción, el maravilloso canto del tordo,
Y el cántico acorde con el suyo, el eco despertado en mi
alma,
Y la estrella luminosa y declinante en el rostro pleno de
tristeza,
Y los que me tenían y me retenían la mano y se aproximaban
cuando el llamamiento del pájaro escuchaban,
Camaradas míos y yo en medio de ellos,  y guardar para
siempre el recuerdo del muerto que yo tanto amaba,
Para el alma más querida, la más sabía de todos mis días y
países,  y esto por el caro amor de él,
Las lilas y la estrella y el pájaro enlazados con el canto de
mi alma,
Allá, entre los perfumados pinos y los cedros sombríos y
confusos.
(1865-6-1881)

jueves, 7 de enero de 2016

POEMA EN EL AVIÓN - Javier Heraud - Poema


POEMA EN EL AVION*

Si acaso me preguntan
dónde estuve
y si insistentes, quieren
averiguar los sitios que he pisado,
les diré.
"Tres meses son tres años,
tres años son tres días,
tres días son tres horas,
y en verdad, en verdad hablando
sólo salía dar una vuelta
por el parque,
entré al cinema
me tropecé con otras gentes en otras
partes.
Y ya estoy aquí,
nada le ha pasado a nadie,
yo sigo como siempre
admirando los ríos del otoño,
yo sigo como siempre
esperando al verano para maldecirlo,
y conversando con mis viejos
objetos adorados:
y no pregunten más,
que de mí no habrá ya más respuestas".
Bien, yo deberé decirles
a mis amigos "lo he hecho.
Estuve en Moscú.
Aquella vez que volví a casa
me sentí muy derrotado."

 
 
*Poema escrito a su regreso de su viaje a Moscú y Europa

domingo, 3 de enero de 2016

Mi casa - Javier Heraud

mi casa

1

Mi cuarto es una
manzana,
con sus
libros,
con su
cáscara,
con su cama
tierna para
la noche dura.
Mi cuarto es el
de todos
es decir,
con su
lamparín que
me permite reir
al lado de Vallejo,
que me permite ver
la luz eterna de
Neruda.
Mi cuarto, en
fin,
es una
manzana,
con sus libros,
sus papeles,
conmigo,
con su
coraazón.

2

Por mi ventana nace
el sol casi todas
las mañanas.
Y en mi cara,
en mis manos,
en el dulce
clamor de la luz pura,
abro mis ojos entre la
noche muerta,
entre la tierna
esperanza de
quedar vivo un
día más,
un nuevo día,
para
abrir los
ojos ante la
luz eterna.

Del poemario: "El Río". Lima. 1960.

A UNA LAVANDERA DE SANTIAGO - Oscar Hahn

Mi prima que vivía de su artesa
se me murió de muerte repentina:
le partieron de un golpe la cabeza
con la culata de una carabina

Desde el abismo de su cráneo abierto
suben gritos y cantos fraternales:
entran en cada vivo en cada muerto
y enmudecen las músicas marciales

La ropa sucia no se lava en casa
cuando la manchan sangres tan enormes
que van de lavatorio en lavatorio

Un regimiento de manchados pasa:
y no podrá limpiar sus uniformes
ni el mismo purgador del Purgatorio

viernes, 1 de enero de 2016

La Pena de Muerte - María Elena Walsh - Poema

La Pena de Muerte

por María Elena Walsh

Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.  Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado. Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.
Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial. Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia. Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante.
Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre. Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios.
Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales.
Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos.
Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común.
A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar.
Cada vez que se alude a este escarmiento, la Humanidad retrocede en cuatro patas.