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viernes, 30 de septiembre de 2016

Demasiado Ampuero - Maribel De Paz - Puta Linda

Demasiado Ampuero

Puta linda, una prosa con Parkinson

Por Maribel De Paz

Temblorosa, débil e insegura. Así es la pluma de Fernando Ampuero en Puta linda, su última novela editada por Planeta que, de tanta promoción, no necesita mayor presentación. Ya se sabe: la historia de la joven prostituta Noemí convertida en musa de un aspirante a escritor.
Abundante en justificaciones propias de un falso provocador que no quiere caer en lo políticamente incorrecto, Ampuero incomoda al lector desparramando excusas a lo largo del libro. Como la colocada en boca de uno de los protagonistas para explicar la propia existencia de la novela que le da vida y a la que califica como "una historia de pedofilia y de incesto, que si bien es algo común en los sectores populares, a decir de los sociólogos, resulta poco edificante en términos de valores humanos". Como si el mundo no se hubiera sorprendido ya con la historia de Nabokov describiendo la caloricidad de Lolita y sus muslos cubiertos de cardenales.
¿Pretendió Ampuero mimetizarse con sus protagonistas, escritores incipientes, recurriendo a la prosa que estos podrían lograr? Pareciera, pues recurre a salidas fáciles e inverosímiles para dar un vuelco a la historia al mejor estilo de aquellas series norteamericanas en las que los libretistas se deshacen de personajes incómodos con un viaje repentino, un coma o una muerte súbita.
En suma, un libro donde, más que a los protagonistas, se percibe al propio Ampuero, un libro en el que el escritor aprovecha para promocionar a sus amigos, colgando cuadros de Tola y Llona de las paredes del departamento de una ya distinguida Noemí.
Se reconoce el morbo cautivante. Sin embargo, difícil no asfixiarse con Ampuero en cada página, difícil sumergirse en la trama, difícil creerla, difícil sentirla. Finalmente, difícil no asociar el empeño del aspirante a buen escritor con el propio esfuerzo de Ampuero.

Publicado en Caretas

sábado, 24 de septiembre de 2016

Carta de Dylan Thomas a Caitlin MacNamara


Linda, adorable, lejana Caitlin querida,

¿Estás mejor? Le pido a Dios que no estés triste en ese horrible hospital. Cuéntamelo todo, cuándo saldrás otra vez, dónde estarás en Navidades y que piensas en mí y me quieres. Y cuando estés de nuevo en el mundo seremos personas prácticas, andaremos por ahí, haremos cosas, nos comprometeremos con Aquella Gente, buscaremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices. Es esto -pensar en las pocas, sencillas cosas que queremos, y saber que las vamos a conseguir a pesar de que tú ya sabes Quién y de sus humores y rencores- lo que nos mantiene con vida, creo. Me mantiene con vida. No te quiero para un día (a pesar de que le vendería el alma al diablo para verte ahora mismo, mi cielo, aunque solo fuera un minuto, para besarte una vez, y ponerte una cara graciosa): un día es lo que dura la vida de un mosquito. Yo te quiero para toda la vida de un animal loco y grande como un elefante. No he salido en toda la semana; he tenido un resfriado horrible, con tos y ojos llorosos, demasiado cargado de flema y aspirinas para escribirle a una chica en el hospital, mi carta habría sido triste y desesperada, e incluso la tinta habría transmitido gripe y tristeza.



¿Tengo que entristecerte, cariño, cuando estás en cama tomando arroz hervido en Marlborough Ward? Tengo tantas ganas de mirarte otra vez. Ahora eres unas semanas más vieja, ¿tienes el pelo gris? ¿Te arreglaste el pelo y pareces una persona adulta de verdad y no esa chica hermosa y alocada como una auténtica hermana de Dios? No tienes que tener un aspecto demasiado adulto, porque si no vas a parecer mayor que yo, y tú nunca -yo no te dejaré- tienes que crecer y hacerte razonable, y yo nunca -no debes permitírmelo- creceré y me haré razonable; siempre seremos jóvenes sin juicio y estaremos juntos. Supongo que hay, a ojos de los Otros, una especie de dulce locura entre tú y yo; una especie de loco desconcierto y de asombro inconsciente entre los Antipáticos y los Tacaños. Eres la única persona, desde luego que lo eres, de aquí a Aldebarán, ida y vuelta, con la que soy enteramente libre, y creo que es porque eres tan inocente como yo. Oh, ya sé que no somos santos, ni vírgenes, ni lunáticos; nos sabemos todos los chistes de alcoba y de retrete, y conocemos a la mayor parte de los pervertidos, podemos tomar el autobús, contar el cambio, cruzar la calle y decir frases auténticas. Pero nuestra inocencia llega tremendamente más hondo, y nuestro vergonzoso secreto es que no sabemos nada en absoluto, y nuestro horrible secreto interior es que no nos importa. Acabo de leer un libro irlandés titulado Rory y Bran. Es un libro malo y encantador: el inocente Rory se enamora de la inocente Oriana y aunque los dos son poco serios y hablan del secreto del lenguaje de las colinas, y aunque Rory venera la Luna y Oriana se desliza por su jardín escuchando a las aves legendarias, no están tan locos como nosotros ni son tan inocentes. Te quiero más de lo que nunca seré capaz de decirte; me da miedo decírtelo. Siento tu corazón en todo momento. Los estribillos de canción siempre tienen razón: te quiero en cuerpo y alma; y supongo que «cuerpo» significa que quiero tocarte y estar contigo en la cama, y «alma» significa que puedo escucharte, verte y amarte en cada minúscula cosa de este mundo, dormido o despierto.

Dylan X

Quería que esta carta estuviera llena de noticias, pero no hay ninguna. Es una carta llena de lo que pienso sobre ti y sobre mí. Tú no estás vacía del todo ahora mismo, ¿verdad? ¿Tienes algo de amor para mandarme?

jueves, 22 de septiembre de 2016

Cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo - Malú Urriola


Cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo, daría un brazo por no sentir esta falta… daría un brazo, pero no el brazo con el que escribo. El brazo con el que es­cribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada. Este brazo es el que aprieta mi vientre, el que hunde su mano en mi garganta para que las palabras salgan, porque mi brazo sabe que las palabras son como trozos de carne que me atoran, si no tuviera este brazo tampoco podría hablar, porque este brazo es mi lengua, con este brazo puedo decir lo que la lengua se calla, podrían cortarme la lengua pero no el brazo, por eso no siento ningún miedo cuando tengo la lengua dentro de tu boca, porque aunque la arrancaras me quedaría este brazo. Con este brazo me sostengo, con este brazo lucho cada día. Cuando me pierdo es este brazo quien me encuentra, cuando me desespero es este brazo quien me calma, este brazo es mi memoria, este brazo es quien me saca a flote, quien jala de mí, quien me aturde para arrastrarme hasta la orilla, este brazo se compadece de mí más que nadie, me saca el agua que he tragado, me golpea el corazón para que ande, si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto, porque mi brazo sabe que si no soy capaz de resistir, que si me agoto de ver todo el tiempo lo mismo, que si me canso de escuchar las mismas pa­labras idiotas, que si me harto de ver a la misma gente como en un cinematógrafo de barrio, que si me aburre ver con mis ojos sus ojos pajes desesperados de fama, de una fama gris de estrella de cinematógrafo de barrio, porque mis ojos se cansan de ver tanto, todo igual, repetido, mi ojos se hartan tanto que se harían sal si vieran que algo nuevo pasara, porque esta ciudad se detuvo antes que llegáramos yo y mi brazo, esta ciudad sombría ya no se desempaña, esta ciudad es inalterable, esta ciudad quisiese ser rubia, esta ciudad quisiese beber whisky cuando se muere de hambre y si este brazo no fuera fuerte nos habrían arrancado medio pedazo, pero a mi brazo nada de esto lo derrumba porque mi brazo es ciego, mi brazo es sordo, mi brazo sólo escucha la sangre de él. Sabe que cuando no dé más deberá tomar la empuñadura y rajar la muñeca de mi otro brazo, sabe que aunque son pares sólo él puede hacerlo, sabe que él será el último en abandonar, lo sabe, como sabe también que será capaz de dejar de escribir porque escribir me daña a veces, mi brazo sabe que escribir daña porque es él quien escribe, cuando mi brazo escribe sabe que está doliendo, quemando, sabe que me revuelvo toda, por eso mi brazo dejaría cualquier cosa para calmarme. Es este brazo quien te olvida, no yo, porque mi brazo sabe que estando juntos somos capaces de resistir tu falta, que podemos trazar tu recuerdo, en cambio si me faltara este brazo yo me quedaría muda, me quedaría postrada, no podría resistir, no podría, por eso no te doy este brazo ni se lo daría a nadie, porque este brazo es el único capaz de librarme de mí.



sábado, 17 de septiembre de 2016

Lavadito con Ña Pancha - Cesar Hildebrandt - Gustavo Faveron

(La Primera) Lavadito con Ña Pancha
El capo Tavito estaba convencido de que era el Vladimir Nabokov de la calle de las pizzas, el Guillermo de Torre del Haití, el Harold Bloom del cómo es y el Dámaso Alonso de un Neruda de repetipuá, que eso era lo que en verdad le correspondía.
Siempre consideró que arrastrarse era una dulce obligación, que rampar era un arte marcial y que apoyar a sus amigos aun a costa de la verdad tenía un contenido casi moral.
Por lo general, sus amigos escribían cosas suaves y entretenidas, charcutería digesta para pasar el rato, y a él le daban el encargo difícil:
–Encuéntrale trascendencia –le ordenaban al capo Tavito, que de capo, en verdad, no tenía nada porque recibía órdenes hasta de los grafómanos pandilleros.
Y allí estaba Tavito con su lupa de entomólogo, es decir de autobiógrafo, encontrando la trascendencia de la vaina y la reverberancia ontológica de la cojudez.
Era tan talentoso en el arte de la invertebración que siempre encontraba algo: una medallita milagrosa, una mata con geranios que podía salvarse, una historia chueca que sólo había que enderezar para poder quedar bien y luego recibir palmaditas en el hombrito.
Y se ponía a escribir como sólo pueden hacerlo los que saben que de ellos depende una reputación, con la seriedad del arquitecto que levanta un segundo piso en un suelo blandengue. Y lo hacía de primores. Para eso sí servía Tavito: para decir que algo, que era una vulgar sopa de letras, era faisán al horno, lluvia de Beluga, ostras en el Palace junto al Reina Sofía.
–Te pasaste, compadre. No sé cómo agradecerte esta reseña –le decía un pirañita caminando al sexenio.
–No me agradezcas nada –decía Tavito, con su voz en la mayor, siempre en la mayor–. Hice lo que hacen los amigos.
Cuando alguien que no era de la mancha escribía algo, cuando un provinciano se atrevía a merodear por la Casacor de las letras, cuando una tipa que no había pasado por el taller de Thays lanzaba al triste mercado de lectores de Lima algo talentoso, peligrosamente talentoso, endiabladamente talentoso, cuando un campesino venía con su “arguedismo trasnochado” y sus rabias arcaicas, tan arcaicas como sus utopías, entonces Tavito se ponía la ropa del huachimán Pacheco, el que no aguanta ni un queco, y salía a lanzar silbatazos y tortazos para poner orden en las páginas pertinentes, restaurar la jerarquía en la república de las letras y disolver con gases lacrimógenos, es decir sus reseñas, a los sublevados.
Por ejemplo, cuando una periodista se atrevió a cuestionar como lectora las ridiculeces impresas de uno de sus amigotes –el que le dio chamba y lo hizo conocido por canje–, Tavito se puso cruel y bizantino y llamó a la ladrería para que lo acompañara: había que disolver, di-sol-ver, a niña tan atrevida.
Todos los pitbull del apañe salieron como bestias a morderla y hasta salió el venerable perro de chacra de Perú 21, a quien Mulder pretendió quitarle el nombre sin ningún derecho, para babear tras su fondillo (el fondillo de la niña) y morderlo con encías, ya que hace tiempo dejó la dentadura en un vaso del Melody, no el de Miraflores sino el de Surquillo.
Así era Tavito, que había hecho de una cierta elegancia a la hora del charleo el escudo con el que pretendía ocultar las procesiones internas que lo devoraban, la culpa que en el fondo lo mortificaba por ser tan débil, tan poquita cosa, tan ninguna cosa en un mundo donde, por lo menos, no faltaban el carácter y las peleas a puño limpio.
Porque, al final de cuentas, el pobre Tavito se había convertido en lavador de libros, Ña Pancha de medianías e insultador “ofendidísimo” en los blogs del ambiente cuando alguien se atrevía a recordarle lo que era y el triste papel que tenía en el mundillo literario de Lima City.
Tavito, por ejemplo, decidía, por sí y ante sí, quién podía ejercer la crítica literaria, qué requisitos había que reunir, cómo debía ser esa hoja de vida de respaldo. Y,claro, según los términos de la licitación planteada, sólo Tavito y los ángeles de Charlie, es decir Thays y sus diversas lenguas viperinas, podían criticar porque sólo ellos poseían el fino instinto de la calidad, el tercer ojo de Lobsang Rampa y el quinto elemento que sólo son capaces de tener aquellos que Dios tocó (lo que me reafirma en el agnosticismo).
–La señorita Maribel de Paz no está preparada para criticar libros –clamaba, doctoral, Tavito.
–Hildebrandt es un calumniador, un rastrero y un mezquino –protestaba en su blog Loro.
–Y Beto Ortiz cree que todos somos de su misma catadura –reseñaba.
Y así eran sus críticas personales, que, como las otras, estaban siempre dictadas por flujos biliares y regurgitaciones imposibles de describir.
Pero lo que no decía es qué clase de Clemente Palma era él, a quién le había ganado, cuáles eran sus “decisivas contribuciones” al pensamiento crítico ya no del mundo, ya no de América Latina, ya no de la subregión ni del Perú, sino de Chucuito, donde nació para desgracia de la limpieza y gloria de los falsarios.
Y lo que no decía es qué le parecía, en realidad, la huachafería insufrible que con tanta justicia había criticado Maribel de Paz. Así era de honesto y transparente Tavito, el crítico más temido de la comarca. Más temido por sus inferiores, es decir nadie.

Fuente: https://cesarhildebrandt.wordpress.com/2006/11/16/lavadito-con-na-pancha/