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domingo, 1 de marzo de 2015

Metempsicosis - Rubén Darío

Yo fui un soldado que durmió en el lecho
de Cleopatra la reina. Su blancura
y su mirada astral y omnipotente.
     Eso fue todo.

¡Oh mirada! ¡oh blancura! y oh, aquel lecho
en que estaba radiante la blancura!
¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!
     Eso fue todo.

Y crujió su espinazo por mi brazo;
y yo, liberto, hice olvidar a Antonio.
(¡Oh el lecho y la mirada y la blancura!)
     Eso fue todo.

Yo, Rufo Galo, fui soldado y sangre
tuve de Galia, y la imperial becerra
me dio un minuto audaz de su capricho.
     Eso fue todo.

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas
de mis dedos de bronce no apretaron
el cuello de la blanca reina en brama?
     Eso fue todo.

Yo fui llevado a Egipto. La cadena
tuve al pescuezo. Fui comido un día
por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.
     Eso fue todo.

domingo, 4 de enero de 2015

Protocolos para la rehabilitación del firmamento de Álvaro Pombo


¿Recuerdas los membrillos?
Fíjate bien
Haz memoria
¿Recuerdas los membrillos o recuerdas que al verlos quisiste recordarlos?
Recuerdo los membrillos
Recuerdo el leve impulso de su aroma
Iban de su amarillo a su vejez de piel moteada
Contenían el quebradizo invierno
Contenían las lunas del altísimo marzo el resol cobrizo del otoño el embarrado abril el intranquilo abril llegaban hasta junio llegaban hasta julio
Alcanzaban el redondel entero de los trescientos sesenta y cinco días de los años
¿Recuerdas los membrillos o recuerdas las frases que iban con "membrillo"?
Hay mil veces más frases que nombres sustantivos
Aprendiste los nombres sin fijarte en las cosas
Recuerdo los membrillos como recuerdo el mundo
¿No es eso suficiente?
¿No es eso un poco poco? Resulta un poco triste
Alzas involuntarias bajas involuntarias de generalidades de frutas de utensilios de membrillos de personas de cosas
No te acuerdas de nada
Recuerdo los membrillos
Contienen las llegadas de las tres vacaciones la chimenea encendida las primeras cerezas mi cuarto de dormir el suelo de azulejos las esteras el sabor de los cardos los cantillos de hogazas recién traídas de horno
No te acuerdas de nada
Todo es sentimiento y habilidad sintáctica
Fuiste siempre de hablar muy de hablar desde niño
Recuerdo los membrillos sin hablar sin querer yendo de su amarillo al sepia y al marrón
Dulcemente se vuelven oscurecimientos de su propia luz su propio apagamiento del color amarillo 
Recuerdo los membrillos como una extrasístole
Recuerdo la ternura que cambiaba entre sí frutales los impulsos de todos los sentidos
Táctil se hizo la luz gracias a ellos
Paladeo incesante de los inmensos ojos de la vida
Recuerdo los membrillos como recuerdo nuestras vidas
Fíjate bien
Haz memoria
¿Recuerdas los membrillos?
Haz memoria
Me acuerdo de tu cesta
Era una buena cesta
¿Te acuerdas de mi cesta?
Me acuerdo de tu cesta era una buena cesta una cesta de mimbre color marrón oscuro quizá no tan oscuro
Era bastante honda era casi cuadrada con un asa en el medio bastante desgastada
Acuérdate del todo
Cada membrillo era una frase incompleta
Recuerdo los membrillos
Nunca fueron no fueron nunca fueron adornos
Recuerdo los membrillos en la frase completa de tu voz al final
Y recuerdo
Y me acuerdo cada vez más de ti.


domingo, 21 de diciembre de 2014

Porque no soy comunista - Bertrand Russel


Ante cualquier doctrina política, debemos plantearnos dos cuestiones: 1) ¿Son ciertos sus principios teóricos? 2) ¿La puesta en práctica de esa doctrina es susceptible de incrementar la felicidad humana? Por lo que a mí respecta, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y pienso que la práctica de sus máximas aumenta inconmensurablemente la miseria humana. Los principios teóricos del comunismo provienen, en su mayoría, de Marx. Mis objeciones a Marx obedecen a dos motivos: uno, que era una mentalidad confusa; otro, que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado por el odio. La teoría de la plusvalía, con la que se supone demostrar la explotación de los asalariados por el capitalismo, ha sido elaborada gracias a: a) la aceptación subrepticia de la teoría de la población de Malthus, que Marx y todos sus discípulos rechazan explícitamente; b) la aplicación de la teoría rieardiana del valor a los salarios, pero no a los precios de los artículos manufacturados. Marx está completamente satisfecho con el resultado, no porque se amolde a los hechos o porque sea lógicamente coherente, sino porque está calculado para hacer surgir la cólera de los asalariados. La teoría de Marx de que todos los acontecimientos históricos han sido motivados por la lucha de clases hace extensibles, precipitada e inciertamente, a la historia mundial, ciertos rasgos preponderantes de la Inglaterra y la Francia de hace cien años. Su creencia de que hay una fuerza cósmica, llamada materialismo dialéctico, que rige la historia humana independientemente de la voluntad de los hombres, es mera mitología. Sus errores teóricos no hubieran tenido, sin embargo, tanta importancia, si no hubiera sido porque, como Tertuliano y Carlyle, su principal deseo era el de ver el castigo de sus enemigos, sin tener en cuenta lo que sucediera, en la coyuntura, a sus amigos. La teoría de Marx era bastante mala; pero el desarrollo que ha experimentado con Lenin y Stalin la ha hecho mucho peor. Marx había enseñado que existiría un período de transición revolucionaria, inmediatamente después de la victoria del proletariado en una guerra civil, y que, durante ese período, el proletariado, de acuerdo con la práctica acostumbrada después de una guerra civil, privaría a sus enemigos vencidos del poder político. Este período debía ser el
de la dictadura del proletariado. No se debe olvidar que, en la profética visión de Marx, la victoria del proletariado tendría lugar cuando éste hubiera aumentado hasta llegar a ser la inmensa mayoría de la población. La dictadura del proletariado, por tanto, tal como la concebía Marx, no era esencialmente antidemocrática. En la Rusia de 1917, sin embargo, el proletariado constituía un pequeño porcentaje de la población, y la gran mayoría estaba constituida por campesinos. Se decretó que el partido bolchevique era el sector con conciencia de clase del proletariado, y que un reducido comité, formado por sus dirigentes, era el sector con conciencia de clase del partido bolchevique. La dictadura del proletariado se convirtió, de ese
modo, en la dictadura de un reducido comité, y, últimamente, en la de un hombre: Stalin. Como único proletario con conciencia de clase, Stalin condenó a morir de hambre a millones de
campesinos y a trabajos forzados en campos de concentración a otros millones. Incluso llegó a decretar que las leyes de la herencia fueran, a partir de cierto momento, diferentes de lo que
solían ser y que el plasma germinal debía obedecer a los decretos soviéticos y no al fraile reaccionario Mendel. Soy completamente incapaz de concebir cómo es posible que algunas personas, que son tan humanas como inteligentes, puedan encontrar algo que admirar en el inmenso campo de esclavitud que ha creado Stalin.
Siempre he estado en desacuerdo con Marx. Mi primera crítica hostil hacia él fue publicada en 1896. Pero mis objeciones al comunismo moderno son más profundas que mis
objeciones a Marx. Lo que yo considero particularmente desastroso es el abandono de la democracia. Una minoría que basa su poder sobre la actuación de la policía secreta no tiene
más remedio que ser cruel, opresiva y oscurantista. Los peligros de un poder irresponsable fueron generalmente reconocidos durante los siglos XVIII y XIX; pero, los que han sido
deslumbrados por los visibles éxitos de la Unión Soviética, han olvidado todo lo que tuvo que ser dolorosamente aprendido durante la época de la monarquía absoluta, y han retrocedido a lo que había de peor en la Edad Media, con la curiosa ilusión de que se encontraban en la vanguardia del progreso. Existen signos de que, con el tiempo, el régimen ruso se hará más liberal. Pero, aunque ello es posible, está muy lejos de ser seguro. Mientras tanto, todos los que concedan algún valor, no sólo al arte y a la ciencia, sino a que sea suficiente el pan cotidiano y el estar libre del temor de que una palabra imprudente que sus hijos profieran ante el maestro de escuela les pueda condenar a trabajos forzados en las soledades de Siberia, deben hacer cuanto esté en su poder para que se conserve, en sus países, una forma de vida menos servil y más próspera. Hay quienes, obsesionados por los males del comunismo, han llegado a la conclusión de que la única manera efectiva de luchar contra esos males consiste en una guerra mundial. Me parece que eso es un error. Tal política podría haber sido posible en alguna ocasión; pero, en la actualidad, la guerra se ha hecho tan terrible y el comunismo ha llegado a ser tan poderoso, que nadie puede decir lo que quedaría del mundo después de una guerra mundial, y lo que quedara sería probablemente tan malo, por lo menos, como el comunismo actual. El resultado de tal guerra no dependerá del que consiga obtener la victoria nominal, si la consigue alguien. Dependerá de los inevitables efectos de la destrucción en masa producida por las bombas de hidrógeno y de cobalto y, quizá, por epidemias ingeniosamente propagadas. La manera de combatir al comunismo no es la guerra. Lo que necesitamos, además de armamentos capaces de disuadir a los comunistas de atacar al Occidente, es la disminución de las razones del descontento en las partes menos prósperas del mundo no comunista. En la mayoría de los países de Asia existe una miseria abyecta que el Occidente debería aliviar, en la medida de sus posibilidades. Existe también una gran amargura, ocasionada por los siglos de dominación insolente de los europeos en Asia. Esto debería resolverse con la combinación de un tacto paciente con grandes anuncios de la renuncia a tantas reliquias de la dominación blanca como existan todavía en Asia. El comunismo es una teoría que se alimenta de la pobreza, del odio y los conflictos. Su propagación sólo puede ser detenida por medio de la disminución del área donde reinan la pobreza y el odio.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Años ha ...

Años ha, señor cartero
que los amantes ya no bendicen sus botas.
Años ha que las vulgaridades
ocuparon el lugar de lo sublime.
Años ha que los carruajes se oxidan
esperando transportar a la belleza.
Años ha, caballero,
que se dejo de decir años ha.

domingo, 23 de febrero de 2014

Ahora estamos solos

           Perdimos a los dioses en la avenida que actualmente están refaccionando, aquella que está cerca del colegio de monjas, y que sirve por las noches para dar una muestra de la urbanidad de mis vecinos, ósea de meadero público. No voy a decir que era un hermoso día de primavera y que el clima era agradable, al contrario era el mismo día de siempre en una ciudad que siempre es la misma; así que junto a Cecilia habíamos decidido salir a caminar con rumbo a nuestro parque favorito, en el centro de la ciudad. A mi me gustan mucho las caminatas, volver a recorrer las mismas calles que ya varias veces hemos transitado, darse cuenta de los cambios que han sufrido con los años y ser capaces de encontrar algunas cosas nuevas cada día. Como siempre, estaban los dioses vigilando y de cierta manera controlando cada uno de nuestros pasos. Claro, resulta un poco penoso no ser capaz de hacer nada sin la supervisión de otros, pero es muy difícil luchar contra algo que se ha convertido en una costumbre, y los dioses eran una especie de costumbre que nos habían heredado nuestros mayores, nuestra geografía.

           Al principio creíamos en su criterio para dirigir nuestras vidas, nos gustaba que estuvieran ahí, expectantes de nuestras acciones, y hasta sentíamos miedo de su falta; llegamos incluso a pelear con algunos de los nuestros cuando nos enteramos que habían hablado mal y escrito en contra de ellos, negando su autoridad (en ese tiempo eso nos parecía una indecencia); pero después la imperfección de su ministerio como monopolizadores de nuestra salvación, amén de las pocas muestras de decencia de sus ministros, ocasionó que empezáramos a hacernos algunas preguntas: ¿Eran acaso los dioses indispensables en nuestra vida? ¿Quién les había dado el poder de decidir como debíamos de comportarnos, lo que debíamos de vestir o comer?

       No recuerdo quién tomo la mano de quien primero, pero nos míranos y comprendimos que ese era el momento para acabar con todo.

           En la avenida que esta a dos cuadras del parque torcimos por una callejuela, volvimos,  nos escondimos detrás de unos arbustos sin hacer ruido, y ahí esperamos que los dioses vinieran a buscarnos. Luego de estar unos breves minutos esperando, aparecieron. Contemplaron el parque detenidamente. Me parece que uno puso la mano al frente de su cara como una viscera, para que el sol no le molestara, se veía tan chistoso que casi te gana la risa, pero mi mirada te contuvo. Yo sentí que uno me había descubierto, pero debió ser solo una suposición, porque a pesar de sentir por un breve momento su mirada, no dijo nada.

           Después de estar buscándonos por unos minutos se cansaron y se fueron, y desde ese entonces no hemos vuelto a sentir su presencia.

           Me parece extraña la facilidad con que logramos burlar a los dioses.  Cecilia dice que se debe a que yo siempre busco cosas extrañas en todo, pero creo que es algo más, tengo la sospecha de que ellos también querían librarse de nosotros hace tiempo, así que no hicieron nada para detenernos, y tomaron como pretexto este acto de ocultamiento nuestro.


           Después de ese día muchas dudas me han embargado: ¿Y que haremos ahora sin los dioses? ¿A quién pediremos perdón por nuestras faltas? Creo que deberemos aprender a comportarnos decentemente.

Giancarlos Haro.

domingo, 28 de julio de 2013

ROGER VAILLAND, Beau masque (Fragmento)

Citado por Alfredo Bryce Echenique en su novela Un mundo para Julius:

¿Recuerdas que durante los viajes a los que nos llevaba mi madre, cuando éramos niños, solíamos escaparnos del vagón-cama para ir a corretear por los vagones de tercera clase? Los hombres que veíamos recostados en el hombro de un desconocido, en un vagón sobrecargado, o simplemente tirados por el suelo, nos fascinaban. Nos parecían más reales que las gentes que frecuentaban nuestras familias. Una noche, en la estación de Tolón, regresando de Cannes a París, vimos a los viajeros de tercera bebiendo en la pequeña fuente del andén; un obrero te ofreció agua en una cantimplora de soldado; te la bebiste de un trago, y enseguida me lanzaste la mirada de la pequeñuela que acaba de realizar la primera hazaña de su vida...
Hemos nacido pasajeros de primera clase; pero, a diferencia del reglamento de los grandes barcos, aquello parecía prohibirnos las terceras clases.

Original
Les hommes que nous voyions dormir contre l’épaule d’un inconnu, dans un wagon surchargé, ou bien par terre, nous fascinaient. Ils nous semblaient bien plus réels que les gens que fréquentaient nos familles. (…) un ouvrier t’offrit de l’eau dans un quart de soldat ; tu avalas d’un trait, et puis tu me lanças le regard victorieux de la fillette qui vient d’accomplir le premier exploit de sa vie. Tu ne fus aussi glorieuse qu’au lendemain de ton premier amant. (BM, 195).

domingo, 12 de mayo de 2013

Encuentro


En algún momento el universo se transforma
y hace que las cosas mas imposibles sucedan.
Que dos planetas lejanos y distintos se acerquen
es algo inusual y maravilloso,
la posibilidad altera a los políticos,
la posibilidad altera a los corazones.
De pronto los contornos se reconocen,
recuerdan épocas pasadas,
y lo que se creía tan diferente
termina siendo el complemento del otro.
Entonces los planetas,
emocionados e ilusionados,
y un poco tontos
(no los culpemos),
deciden unirse y construyen un puente.
Ahora son uno,
Ahora son fuertes.
Los peces olvidan las fronteras,
las aduanas y los tratados.
Pero casi nada es para siempre.
Los humanos, siempre tontos,
siempre humanos,
toman “decisiones”,
y el férreo puente es destruido por sus bombas
lanzadas desde los escombros de sus sueños.

Pero un día, el mundo vuelve a cambiar,
las galaxias colisionan y forman una sola
y aquellos planetas que se separaron,
vuelven a estar juntos para la eternidad.