Artículo del poligrafo peruano
Por Marco Aurelio Denegri.
"La obligación moral del verdadero hombre culto –dice el gran novelista Henry Miller– es corromper. Sí, corromper, y corromper especialmente a los jóvenes, a los niños. Hay que salvar a las nuevas generaciones de la obra nefasta de la educación. Hay que abrirles los ojos a nuestros hijos, por fin, después de muchos años de obscurantismo. Los grandes hombres del pasado, Sócrates, Jesús, San Francisco, todos ellos fueron terribles corruptores. Sus palabras y sus ejemplos disgregaron el orden establecido, liberaron los sentimientos reprimidos, dieron nuevo valor a los estímulos de la mente y del cuerpo. Pero ahora nos hallamos en una encrucijada: felicidad o destrucción. El hombre debe elegir."
Disidente y crítico insobornable del Sistema, Miller dice frontal y resuelto en la página inicial de su Trópico de Cáncer lo siguiente:
"¿Y qué es, entonces, esto que escribo? No es un libro. Es libelo, calumnia, difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No. Es un insulto prolongado, un escupitajo en la faz del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza..., a lo que gustes y mandes. Voy a cantar para ti, un poco desentonado, quizá, pero cantaré. Cantaré mientras te estés muriendo y bailaré sobre tu sucio cadáver."
Anécdota dictatorial
El dictador venezolano Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), encarnación del autoritarismo drástico, pronunció una frase célebre en su lecho de muerte. Al pedirle su confesor que perdonara a sus enemigos, respondió:
"No puedo; los he matado a todos."
Esta anécdota consta en el libro de Jacques Bainville, Los Dictadores. Al cabo de muchos años he releído esta obra y sigo juzgando admisibles las palabras liminares del autor.
"La dictadura –dice Bainville– es como muchas cosas. Puede ser la mejor o la peor de las formas de gobierno. Hay excelentes dictaduras. Las hay detestables. Buenas o malas, ocurre, por lo demás, que con frecuencia las imponen las circunstancias. Entonces los interesados no eligen: soportan."
También me siguen pareciendo juiciosos los párrafos finales de la Conclusión.
"Eckermann preguntaba un día a Goethe –escribe Bainville– si la humanidad no vería el fin de las guerras. ‘Sí’, respondió el olímpico de Weimar, ‘con tal de que los gobiernos sean siempre inteligentes y los pueblos siempre razonables’.
"Otro tanto diremos de las dictaduras. Se evitan cumpliendo las mismas condiciones. Pero los buenos gobiernos son raros. Y Voltaire dijo que el grueso del género humano ha sido y será siempre imbécil."
El auténtico dictador es transparente en su conducta y jamás se avergüenza de ser abusivo y despreciador sistemático y obstinado de la democracia y las leyes.
Los dictadores de la antigüedad eran así y por eso Flaubert, que los admiraba, decía que detestaba la dictadura moderna, porque era bestia y tímida, al paso que elogiaba a Heliogábalo y Nerón por la diafanidad de sus brutalidades y atropellos, y porque no se avergonzaban de cometerlos.
Seguramente Flaubert asentía gozoso a lo que el hagiógrafo dice en el siguiente pasaje:"Conozco tus obras y sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas porque eres tibio y no caliente ni frío, estoy por vomitarte de mi boca." (Apocalipsis, 3: 15-16.)
HENRY MILLER. (1891-1980) (Esta fotografía de Miller –muy buena– se la tomó en 1946 el pintor, fotógrafo y cineasta norteamericano, Man Ray, 1890-1977.)
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