Perdimos a los dioses en la avenida
que actualmente están refaccionando, aquella que está cerca del colegio de
monjas, y que sirve por las noches para dar una muestra de la urbanidad de mis
vecinos, ósea de meadero público. No voy a decir que era un hermoso día de
primavera y que el clima era agradable, al contrario era el mismo día de
siempre en una ciudad que siempre es la misma; así que junto a Cecilia habíamos
decidido salir a caminar con rumbo a nuestro parque favorito, en el centro de
la ciudad. A mi me gustan mucho las caminatas, volver a recorrer las mismas
calles que ya varias veces hemos transitado, darse cuenta de los cambios que
han sufrido con los años y ser capaces de encontrar algunas cosas nuevas cada
día. Como siempre, estaban los dioses vigilando y de cierta manera controlando
cada uno de nuestros pasos. Claro, resulta un poco penoso no ser capaz de hacer
nada sin la supervisión de otros, pero es muy difícil luchar contra algo que se
ha convertido en una costumbre, y los dioses eran una especie de costumbre que
nos habían heredado nuestros mayores, nuestra geografía.
Al principio creíamos en su criterio
para dirigir nuestras vidas, nos gustaba que estuvieran ahí, expectantes de
nuestras acciones, y hasta sentíamos miedo de su falta; llegamos incluso a
pelear con algunos de los nuestros cuando nos enteramos que habían hablado mal y
escrito en contra de ellos, negando su autoridad (en ese tiempo eso nos parecía
una indecencia); pero después la imperfección de su ministerio como
monopolizadores de nuestra salvación, amén de las pocas muestras de decencia de
sus ministros, ocasionó que empezáramos a hacernos algunas preguntas: ¿Eran
acaso los dioses indispensables en nuestra vida? ¿Quién les había dado el poder
de decidir como debíamos de comportarnos, lo que debíamos de vestir o comer?
En la avenida que esta a dos cuadras
del parque torcimos por una callejuela, volvimos, nos escondimos detrás de unos arbustos sin
hacer ruido, y ahí esperamos que los dioses vinieran a buscarnos. Luego de
estar unos breves minutos esperando, aparecieron. Contemplaron el parque
detenidamente. Me parece que uno puso la mano al frente de su cara como una
viscera, para que el sol no le molestara, se veía tan chistoso que casi te gana
la risa, pero mi mirada te contuvo. Yo sentí que uno me había descubierto, pero debió ser solo una
suposición, porque a pesar de sentir por un breve momento su mirada, no dijo nada.
Después de estar buscándonos por
unos minutos se cansaron y se fueron, y desde ese entonces no hemos vuelto a
sentir su presencia.
Me parece extraña la facilidad con
que logramos burlar a los dioses. Cecilia dice que se debe a que yo siempre
busco cosas extrañas en todo, pero creo que es algo más, tengo la sospecha de
que ellos también querían librarse de nosotros hace tiempo, así que no
hicieron nada para detenernos, y tomaron como pretexto este acto de
ocultamiento nuestro.
Después de ese día muchas dudas me
han embargado: ¿Y que haremos ahora sin los dioses? ¿A quién pediremos perdón por
nuestras faltas? Creo que deberemos aprender a comportarnos decentemente.
Giancarlos Haro.
Giancarlos Haro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario