Antes
de comenzar mi vida universitaria, pensaba que una carrera como Derecho, sería
ideal para rodearme con un ambiente donde el ius imperium era el de la cultura
y las letras, encontrar personas con quienes poder hablar de Borges, de Rimbaud,
de cine, de Velvet Underground. Pero no, el escenario era totalmente distinto.
La mayoría
tomaba a la lectura como una asignatura más del sílabo. Recuerdo, y en
esto nada tiene que ver el sentido
literario de esta nota, que muchos compañeros cuando me encontraban leyendo, me
preguntaban si había examen o existía exposición: no cabía dentro de sus mentes
la lectura como placer, para ellos si no cumplía con un fin utilitario no
servía para nada.
¿Esto
quizá, también se daba en otras carreras? por supuesto que sí, pero que
ocurriera en Derecho, era lo más terrible, al final de cuentas a un Ingeniero, no se le puede pedir que sea necesariamente una lumbrera de la
cultura. Pero el abogado, o proyecto, tiene la obligación, creo yo, de ser un homme
de letters.
No
recuerdo a ningún profesor que me emocionara, no existía ningún docente que sus
clases encerraran ese verbo o sapiencia que invita a escucharlo con devoción, a
no querer que llegue el recreo, al contrario lo hacia una perspectiva muy deseada. La mayoría había llegado al puesto gracias al
azar o al compadrismo. Algunos conocían su materia y nada más. Eran buenos y
nada más. Preferí, con el tiempo, no asistir a sus clases, salvo que la
asistencia fuera parte del promedio (asistencia obligatoria); al final ya sabía
que el examen iba a consistir en lo mismo: lectura desde la página 58 a 200 de
algún libro o del artículo 23 a 150 de alguna norma.
Los
grupos políticos formaban, también, un escenario, un tanto suprarealista (y no
surrealista como muchos premios nobel escriben) y decepcionante. La mayoría era
gente que se llenaba la boca, hablando de mejorar o cambiar las cosas (sin tener
propuestas ambiciosas u originales). Había, también, los marxistas que no
habían leído a Marx, que desconocían quien era Bakunin, que tenían la mejor de las intenciones (todos decían lo
mismo), y después los veías con algún cachimbo (mote que se les da a los que
recién ingresan a la universidad), negociando su voto por entradas a algún
concierto o para el ingreso al comedor universitario. Sí, porque si querías
ingresar al comedor, tenías que pasar antes por el a padrinazgo de alguno de
aquellos lobos sedientos de poder y
dinero.
Pero,
después de todo, no fue tan malo mi paso por la universidad. Hice muy buenos
amigos, con los cuales compartí muy buenos momentos y anécdotas, porque creo
que la amistad consiste en tener mucho más que coincidencias literarias,
musicales o cinéfilas: la amistad es saber que por más que la distancia o los
cambios de costumbres o aficiones, siempre vas a poder contar con un oído que
te escuche y te comprenda. Y, al final, la mayoría de intelectuales, o seudos,
han sido una gran decepción, tipos que creen que solo lo que ellos hacen tiene
importancia, y los demás son brutos o ignorantes, porque no saben quién es
Kurosawa o Buckouski, olvidan que al final el arte ha sido creado para
entretener, no para ser más inteligente o culto, no para crear guetos aburridos.
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